Por: Aura Patricia Benedetty González
Confieso que esta semana hice todo lo que la seguridad vial, que tanto predico, me dice que no haga: manejé una bicicleta sin frenos y sin casco, tomé “taxis piratas”, me subí en incontables ocasiones a una motocicleta conducida sin casco por su conductor, tomé buses de servicio público en paraderos no autorizados, y varias cosas que tal vez mis recuerdos y conciencia prefieran pasar por alto.
Pero siempre que estaba en esas, me cuestionaba lo mismo: ¿Cómo hacer que la seguridad vial llegue a cada rincón de Colombia? ¿Cómo salvar vidas en los municipios de quinta y sexta categoría, donde nació el mototaxismo como medio de transporte y en otros en donde se ha ido replicando desde finales de los 90?
La seguridad vial está muy lejos de ser lo que se predica y se exige desde el nivel central, donde, claro está, los problemas también son mayúsculos, pero el sentir de este escrito va encaminado a que dirijamos la mirada a los territorios.
¿Cómo podemos ayudar quienes tenemos la intención de hacerlo y que no se quede en meras intenciones?
¿Cómo ayudar al fortalecimiento de la seguridad vial desde el sector privado, el sector público y la academia?
¿Cómo hacerlo cuando muchos mandatarios electos han llegado a sus cargos proponiendo prácticas en contra de la seguridad vial? ¿Entonces con quién contamos si estos son la primera autoridad de tránsito de cada ente territorial y les asiste la responsabilidad enorme de salvar vidas en las vías?
Y qué decir de las campañas políticas en las cuales ha sido satanizada la seguridad vial y muchas de sus herramientas, donde en los programas de gobierno se obvia abordar todo lo relacionado con la seguridad vial o donde la ausencia de la misma ha sido un caballito de batalla para acaparar votos, y hacer que muchos electores se abstengan de elegir a quienes intenten fortalecer las medidas en pro de salvar vidas en las vías.
El asunto está lejos de ser solo fatalidades asociadas al tránsito y la movilidad; el asunto también es social. Por ello, no se trata de trabajar la movilidad solamente como un eslabón perdido de la sociedad, necesitamos una gran articulación nunca antes vista de todos los sectores, pues para nadie es un secreto que la informalidad llega por la ausencia estatal.
Seamos sinceros y sinceras, hay regiones donde no hay otro medio de transporte y toca pedirle a un motociclista que te lleve a tu lugar de destino, ya sea por la ausencia de vías en buen estado, la ausencia de rutas de transporte u otros males, y quienes se dedican a este oficio en muchas ocasiones no conocen otro medio de subsistencia, lo que conlleva a que estemos perdiendo gente productiva y lo que es peor, el ciclo seguirá replicándose de generación en generación si no actuamos ya.
De hecho, también aprovecho para confesar que he sostenido como teoría (no sé de dónde la saqué o quién la dijo antes), que una de las grandes formas de conocer un pueblo sinuano es sosteniendo una conversación con un motociclista, pues te ponen al día en todo, y sin duda es una gran forma de hacer encuestas; puedes medir las tendencias políticas, los gustos de la gente de la región y los movimientos de la economía.
Entonces, así las cosas, en las diferentes conversaciones con motociclistas que sostuve hace poco en zona rural de un municipio del Bajo Sinú cordobés que inspiró este escrito, hubo uno que llamó poderosamente mi atención, mucho más que el resto, a quien llamaré Erick, quien me puso al día de los accidentes que se ocasionan y cómo una vía muy transitada “se ha quedado con mucha gente joven”, en palabras textuales de él, queriendo decir con ello, vidas que han sido arrebatadas por la falta de seguridad vial y en un casi 100% estamos hablando de vidas de motociclistas y acompañantes de los mismos.
Con Erick la charla fue muy amena y nada forzada, me sorprendió su léxico, su carisma y su edad (muy joven). Incluso me contó de su paso por la universidad, y cómo tuvo que dejar la carrera de química que estaba cursando por problemas de índole económica.
De hecho, en la conversación le comenté que fácilmente él podría ser un excelente guía turístico, pues por el recorrido que llevábamos me iba explicando el tipo de terreno de la región, los cultivos que cosechan los pobladores, la forma de preparación y denominación de ciertos alimentos de temporada. Hasta tuvimos una pequeña discusión por el nombre de un frito delicioso elaborado a base de maíz, al que yo llamo “arepa de maíz” y él denomina “buñuelo de maíz”. Y como si fuera poco, también me explicó cuál era la mejor época para visitar estos maravillosos parajes del bajo Sinú.
Hoy nuevamente mis pensamientos vuelven a aquella amena conversación con Erick.
Me gustaría saber si encontró nuevas oportunidades laborales como era su querer; si logró volver a la universidad y que no sigue arriesgando su vida en las vías.
Pero rápidamente vuelvo a la realidad y me doy cuenta de cuán lejos está todo de ser posible, y que mientras pasemos por alto la seguridad vial y esta no tenga un lugar protagónico de inversión y verdadera conciencia desde los territorios, no solo seguiremos teniendo muchos Ericks, sino perdiéndolos.