Redacción. Tanto la zona del altiplano cundiboyacense como los páramos Rabanal, Guantiva-La Rusia e Iguaqué-Merchán, figuran como los más vulnerables, en una proyección a 30 años, considerando variables naturales como la diversidad de frailejones (Espeletia) y las actividades humanas negativas como la minería.
Por el contrario, los que se proyectan como menos vulnerables son el Tatamá –entre Chocó, Valle del Cauca y Risaralda–, Farallones, en Cali, y Las Hermosas, en el Tolima.
Respecto a los menos vulnerables, se encontró que su mayor capacidad de adaptación se debe especialmente a que son áreas protegidas y poco intervenidas.
Esto quiere decir que las áreas protegidas y la diversidad son variables que juegan un papel muy importante para la conservación de estos ecosistemas.
En contraste, los páramos que presentan más vulnerabilidad, ubicados al nororiente del país, se encuentran en zonas que han sido fuertemente intervenidas por agricultura y minería, en especial, y la vez cuentan con muy baja diversidad de frailejones.
En el escenario más pesimista, “si las especies de Espeletia y páramos se perdieran para siempre, la ciencia perdería un laboratorio poco explorado para estudiar la evolución que se produce a velocidades increíbles; esto sería equivalente a que desaparecieran las islas Galápagos”.
Así lo explicó Andrés Cortés, quien junto con Santiago Madriñán, expertos en páramos de la Universidad de los Andes, participaron en la investigación liderada por Brayan Valencia, ingeniero agrícola de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira.
El estudio, publicado en la revista Frontiers, buscaba evaluar integralmente la vulnerabilidad con el cambio climático y las actividades humanas en los ecosistemas de alta montaña, es decir, en los páramos de Colombia.
Esta proyección se constituye en una de las primeras a gran escala, que involucra tanto variables antrópicas como ambientales de los páramos. Hasta el momento allí solo se habían hecho análisis relacionados con riqueza y biodiversidad, pero nunca con vulnerabilidad climática.
Para crear este índice de capacidad de adaptación se tomaron tres variables antrópicas, o relacionadas con el ser humano: minería, agricultura y densidad poblacional, y tres ambientales: diversidad, áreas protegidas y bosques.
Según los investigadores, los páramos son unas de las zonas más ricas en biodiversidad, de más rápida evolución en la Tierra, y a su vez de las más amenazadas.
“Los páramos también son el principal proveedor de agua de los ecosistemas de humedales y las zonas densamente pobladas, por lo que, si no se tiene en cuenta su futuro, se puede poner en peligro la seguridad alimentaria y el agua en el norte de los Andes”, explica el experto Madriñán.
Frailejones, indicadores de diversidad
Para llevar a cabo el estudio, en los 36 complejos de páramos del país se evaluó la especie Espeletia, conocida comúnmente como frailejones, planta nativa de Colombia, Venezuela y Ecuador.
Se analizaron 28 tipos de frailejones, con los que se estableció un mapa de riqueza basado en su distribución por todos los páramos. Para esto se utilizó un modelo de distribución llamado Maxent, que toma como referencia puntos de presencia de la especie y variables climáticas para establecer potenciales probabilidades de existencia de frailejones a futuro (en este caso a 2050).
“La idea con esas 28 modelaciones era establecer un indicador de diversidad, porque esto también muestra la capacidad de adaptación frente a los efectos del clima”, explica el investigador Valencia.
Después se analizaron las diferencias para saber qué zonas perderían, ganarían o conservarían la aptitud climática en un “mapa de pérdidas y ganancias”, con el cual se proyectan los páramos que tendrán cambios para esas 28 especies.
En segundo lugar se tomaron los tres indicadores ambientales y los tres antrópicos. Estos se llevan a otro indicador, la capacidad de adaptación, que refleja qué tan bien o mal pueden responder esos ecosistemas frente a factores climáticos y antrópicos.
Por último, estos dos indicadores se pasan a un mapa de sensibilidad que compara las pérdidas o ganancias versus la capacidad de adaptación (resultado de las seis variables), lo que permite establecer la vulnerabilidad.
Más allá de generar una alerta con este estudio, el investigador Valencia lo considera importante no solo para prever un impacto negativo en un futuro cercano, sino para identificar zonas potencialmente críticas que requieren acciones tempranas para su conservación.
Fuente: Unal
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