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Cuidar tu legado, #RIMACONTODO

Por Ricardo Madera Simanca

Hace un año nos ves desde el cielo; el mieloma múltiple aceleró ese tránsito. Después de estos meses, todavía me asaltan las dudas: me pregunto si te expresé y demostré suficiente amor mientras estuviste conmigo, si tuvimos las conversaciones necesarias, o si quizás nos faltaron más risas. 

Entre todas las cosas que han pasado en este tiempo, tu nieto Ricardo José hizo su primera comunión, una ocasión a la que sé que no hubieses faltado. Un año sin tu felicitación en los cumpleaños, trecientos sesenta y cinco días buscándote, encontrándote ahora en mis pensamientos para compartir una anécdota, un logro o en ese chat antes de abordar un avión: porque en lo cotidiano es donde más duele tu ausencia, papá. 

Escribir esto es una tarea desafiante para mí; mi padre solía ser mi editor de confianza. Lo extraño enormemente. Al final, solo quería que él dejara de sufrir, y eso es algo que me reconforta.

Mi padre era una persona de carácter fuerte, convicciones arraigadas y, como todo ser humano, tuvo aciertos y errores. Pero siempre fue mi papá. Siempre estuvo allí incondicionalmente. Decía que su patrimonio era la educación, y nunca se jactó de sus logros. 

Fue un educador de vocación que no se amilanó ante las adversidades. Inició e inspiró a otros cursar la carrera docente siendo un hombre con hijos y familia. Eso de “loro viejo no da la pata”, no era algo que lo achantara. De esa época, recuerdo las noches de estudio con sus compañeros de grupo, el tablero repleto de tiza de punta a punta en el patio de la casa; le correspondió la incursión de las nuevas tecnologías, el computador, el internet de las cosas, y más adelante los smartphones. 

Era curioso, como siempre quería aprender. Nos pedía a Ita(mi hermana ingeniera en sistemas) y a mí, que le explicáramos cómo hacer cada cosa con estas herramientas, ya que como bien nos enseñó “lo importante es aprender a pescar no que nos den el pescado”. 

Desde su orilla, y antes de recibir cualquier titulación, trabajó por y para la educación y la cultura, no sólo formando en escolaridad sino apostando todo por la divulgación y el reconocimiento del valor de nuestras tradiciones.

Aprendí de su voz mi primera décima cuando tenía 7 años y, a su vez, mis hijos aprendieron de mí. Gracias a Dios, eso fue lo que nos legó: su amor por la cultura y nuestra tierra, así como el valor de tener y defender nuestras propias opiniones y criterios.

Quizás esta columna no vaya dirigida de manera especial para ustedes, queridos lectores. Con su venia, tal vez solo sea una forma, en la intimidad que nos pueda permitir internet, de conectar aún más el alma de mi padre y la mía. 

Hoy quiero aprovechar esta oportunidad para decirte, papá, que te amo y te extraño profundamente. Estoy aquí tratando de cumplir de la mejor manera posible con la tarea que me encomendaste: cuidar de la prolongación de tu existencia y preservar tu legado.

Sé que nunca podré llenar el vacío que dejaste en nuestras vidas, y no es mi pretensión hacerlo, pero prometo seguir delante de la mejor manera que pueda. Tu amor y sabiduría siguen guiándonos en cada paso que damos. Puede que ya no estés físicamente, pero tu espíritu vive en cada uno de tus hijos y nietos, al igual que en centenares de estudiantes que pasaron por tus aulas.

Desde que no estás, a medida que enfrento los desafíos y dificultades de la vida, me aferro a tus enseñanzas y a los valores que me inculcaste.

Eres mi ejemplo a seguir y siempre lo serás. La pérdida de un padre es algo que nunca se supera por completo y solo quienes compartimos esta experiencia lo sabemos, y aun así dicha experiencia es única para cada quien. 

Cada día, trato de recordar momentos que pasamos juntos, las risas, décimas y cuentos al igual que ese humor lleno de sarcasmo y costumbrismos… y es que “ají no da tomate”, papá. Aunque busco el consuelo al saber que estás en un lugar mejor, libre de dolor y sufrimiento, es difícil extrañar a alguien que era (y sigue siendo) una parte tan fundamental de mi vida; por eso me aferro a la idea de que cada día puedo hacerte sentir orgulloso, honrando tu memoria y tu legado.

Te extraño, papá. Seguiré adelante y daré lo mejor de mí para proteger y nutrir la vida que compartimos juntos. Gracias por todo lo que me diste, por tu amor incondicional y por ser mi guía y mi protector. Que tu espíritu descanse en paz, con la certeza de que siempre estarás en mi corazón.

Posdata: ¿Sabes? ¡Al final era yo el duro, el ‘Olafo’ que regañaba mucho! Quisiera tan solo un regaño tuyo hoy.

Te amo, papá. Siempre lo haré.

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