En muchas ocasiones he venido analizando las perspectivas (ocasionalmente erróneas) de muchos; de esos que señalan al otro, lo discriminan o en su defecto, lo rechazan. Solo, por el simple hecho de ser diferente desde la crítica y la identidad.
He leído y escuchado a varias personas al momento de cercarse y comentarme su desgracia, producto de la falta de empatía y no comprensión del otro; características comunes en una sociedad machista y clasista. Aquí ubico a hombres y mujeres, porque el machismo se evidencia desde los dos campos.
Ese terror a ser señalado por un colectivo, por la mera razón de opinar diferente a un grupo social y decir verdad, por querer ser como te ves y te sientes, por tu raza o procedencia, son aspectos que se han convertido en el devenir y pan de cada día de muchos jóvenes en esta sociedad latinoamericana.
Ese miedo de pertenecer a una cifra en el país, donde más de 8 millones de víctimas no han sido reparadas por cuenta de una burocracia institucional que hace que exigir un derecho sea toda una odisea. Aquí, más vale “quedarse quietico” y esperar la buena voluntad de algún salvador.
Si tienes cosas por decir, y, si utilizas en arte en contra del statu quo, te hundes en un hueco, que en muchas ocasiones no tiene salida, y que se ayuda de la violencia física, verbal y sicológica por parte de un ente estúpido.
Pero todo esto se puede llevar también a ese lado oscuro de la aceptación social, que es un tremendo error. Un círculo vicioso.
Tu aceptación tan sólo puede venir de tu interior, no de los demás. Todo, se convierte en un silencio y ocultamiento.
Una trampa para el alma, que conviene reconocer y aprender a manejar desde los señalamientos y discriminación de muchos en la faz de la tierra.
Atrévete a ser tú mismo, no te limites por el otro, quiérete y elimina esas brechas de desigualdad a través de la razón y el ser.
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