Desde que inició la fase del Aislamiento Preventivo Obligatorio en el país se han visto muchos cambios bruscos en la economía, en la vida social y en la cotidianidad regular, con ocasión al recorrido de la pandemia Covid-19 junto con el terror y paranoia que se ha infundido respecto a este patógeno, ya sea con cadenas de desinformación en redes como WhatsApp o Facebook, como también, a través de meras especulaciones o expectativas relacionadas con el rebrote de este virus en personas que se han recuperado recientemente.
También, se han difundido cadenas que explican el cese de los síntomas de esta enfermedad mediante medicamentos y sustancias naturistas no comprobadas por el Ministerio de Salud Nacional.
Todas estas cadenas desinformativas, en vez de ayudarles a adaptarse al modus vivendi, lo que hacen es generar más pavor en las personas de una comunidad.
Algunos de esos cambios radicales han sido más irremisibles que otros: Desde la quiebra en los establecimientos comerciales y turísticos hasta el despido masivo (muchas veces injustificado) de trabajadores en empresas privadas.
Dentro del conjunto de individuos afectados por los efectos de la pandemia, los niños no han sido la excepción ya que si a los adultos nos ha sido difícil adaptarnos a esta nueva modalidad de vida rigurosa, a los niños les ha tocado mucho peor sobrellevar los perjuicios que ha causado en Covid-19.
Tal como nos lo muestra el primer gran informe sobre el impacto de la cuarentena en los menores de edad en el país, entregado por el Instituto Colombiano de Neurociencias, “el 88 por ciento de los pequeños tiene signos de haber sido afectado por el confinamiento”.
No es para menos teniendo en cuenta que el sano desarrollo integral de los niños se ha afectado enormemente debido a la monotonía y encerramiento continuo, limitando sus capacidades cognitivas y creativas a un espacio cerrado sin poder socializar con otros niños o realizar actividades lúdicas y académicas con el acompañamiento presencial de otros infantes.
Aunado a lo anterior, el cambio desmedidamente infranqueable en la cotidianidad no ha sido fácil para los adultos, y mucho menos para los niños, cuyas mejores etapas de alegría en su infancia las desarrolla en el ámbito escolar.
Es difícil imaginarse, para ellos, que un día salieron del colegio contentos en la algarabía y la recocha, pensando en las tareas y talleres que realizar con regocijo y a la mañana siguiente no pudieron regresar a las aulas ni volver a jugar con sus amigos en el recreo, o visitar a los abuelos; ni correr a volar barrilete o jugar con niños de sus edades, al aire libre.
La psicóloga Claudia Mora, experta en neurodesarrollo, haciendo énfasis en las afectaciones cognitivas de los menores debido a la prolongada cuarentena explicó: “Un adulto puede soportar o asimilar unos meses en esta crítica situación. Pero, manifestarle a un niño que no va a poder ver a sus amigos o abuelitos por cuatro meses y que estará encerrado por prevención en su casa no haciendo más que jugar en los dispositivos móviles, ver Netflix o jugar videojuegos, con el paso del tiempo se convierte en una monotonía perjudicial para la salud mental del menor”.
Como es de esperarse, estos cambios en el comportamiento de los infantes se presentan, en su mayor parte, por la falta de contacto con otros niños, por no tener suficiente movimiento en espacios abiertos ni ejercicio físico al aire libre.
También, por la ausencia de actividades lúdicas y catedráticas que estimulen su sano desarrollo y sus capacidades de raciocinio lógico, por la falta de atención de los padres hacia ellos, y por las dificultades de adaptación a esta nueva y difícil realidad que han tenido que enfrentar.
Por otro lado, la ciencia lo ha comprobado aduciendo que: “un cambio radical en la vida de una persona o haber presenciado o vivido un evento inesperado y emocionalmente intenso puede crear un trauma psicológico capaz de provocar reacciones emocionales y físicas. Los expertos lo conocen como trastorno por estrés postraumático (TEPT)”.
Este trastorno puede presentarse por causas como la muerte repentina de un ser querido o de personas cercanas a la vecindad, un episodio de violencia extrema, un desastre natural o, en este caso, la pandemia.
El hecho de que no presenten síntomas de estrés postraumático ahora no significa que no aparezcan en los próximos meses. Los niños se encontraron de un momento a otro sometidos a un peligro invisible que provoca muertes y dolores para quien lo padece, y eso les genera una reacción devastadora del organismo a nivel psicológico.
Lo más recomendable sería que, durante estos tiempos de crisis sanitaria y hasta que culmine la pandemia, los padres de familia incentiven a los niños al aprovechamiento del tiempo libre en actividades como la lectura o acompañamiento frecuente en su progreso colegial virtual.
Así como en práctica de caligrafía, consultas académicas en las páginas web educativas, impulsarlos a recreaciones que activen su imaginación y pensamiento sistemático como la realización de artes plásticas, el deporte y ejercicios en casa, instarlo a deportes estratégicos como el ajedrez, Entre otras actividades educativas y productivas que fortalezcan su crecimiento personal y que en especial, no les haga sentir solos en estos tiempos difíciles.
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