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Opinión

Una cuestión de perspectivas

Memoria, Individuo y País, — así, escritos con mayúsculas — son palabras con contenidos semánticos que se hacen presentes en el discurso público de cada día, y más aún, en las últimas semanas.

Se trata de conceptos que, en ocasiones, se convierten en armas para los conflictos sociales, y se remueven como conceptos explicativos en los discursos que dan cuenta sobre la violencia simbólica que sufren los ciudadanos comunes, esos que, por su identidad y modo de vida, han sido olvidados por la nación.

Los acontecimientos del pasado, que hoy, muchos de nosotros recordamos por los diferentes actos atroces que hemos vivido en los últimos días en el país, y que ha llevado a muchos cantantes, actores, pintores y en general, artistas a alzar la voz por la víctimas.

Y los derramamientos de sangre, producto de la intolerancia, y el poder ejercido por los grupos armados en las zonas rurales y más apartadas del país, donde tener un Camu, es una bendición, aún lleno de precariedades, con  falta de implementos y personal médico; se ha convertido en un debate público, entre el deber ser de todos los colombianos  en estas situaciones.

Pero una cosa hay que tener clara, y es que lo que cambia no son los acontecimientos del pasado, sino el uso y significado de estos en el presente.

Pero es el pasado, un puente que hoy nos permite interpretar el presente a partir de los actos que lo procedieron, lo cual dota de significado esos hechos en nuestra historia colectiva; el de la guerra y las miles de masacres en nuestro territorio.

 

Clasificar estos actos crueles, que atentan contra los derechos humanos, es apuntarle a esa realidad, a esa cotidianidad que busca asimilar y socializar los acontecimientos desde diferentes perspectivas (la de la víctima, victimario, familia y sociedad).

Nuestros actos del presente, entre los cuales están lo que decidimos recordar, tienen una inevitable dimensión moral; no sólo describen lo que se hizo, lo que fuimos, y lo que somos, sino que también abren algunas perspectivas sobre nuestro  futuro.

La memoria — y aún más cuando ésta es colectiva — no es sólo una condición necesaria de la identidad, sino que es también un requisito para la preparación del futuro.

Aunque todos los recuerdos sean actos situados, realizados desde un cierto punto de vista — y en ese sentido estén inevitablemente sesgados — lo menos que podemos exigir a los interlocutores que participan en la memoria social es que no inventen ni cultiven mitos sobre el pasado, ni tampoco pretendan silenciar las voces que evocan incómodos recuerdos.

Así pues, un futuro compartido en paz,  sólo es posible desde una memoria colectiva consensuada desde la voluntad de una reconciliación en el presente.


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