¿Las relaciones violentas deterioran la salud física? Claro que sí, por lo menos eso dice la evidencia científica. En un artículo de revisión de la Doctora Sandra Racionero publicado en la Revista de Fomento Social (2018), se menciona que el estrés tóxico derivado de relaciones humanas violentas deteriora la salud física.
Una de las principales vías como se produce este daño es a través del impacto que tienen los estados emocionales en el cuerpo. Una de las evidencias más impactantes en este ámbito ha sido descrita bajo el concepto de efecto telómero.
La investigación desarrollada por Elisabeth Blackburn, galardonada con el premio Nobel en medicina en el año 2009, ha demostrado que los patrones de pensamiento negativo vinculados al estrés pueden dañar los telómeros, partes esenciales del ADN de la célula, produciendo un envejecimiento prematuro de la persona y acortando su vida.
La evidencia bíblica e histórica nos dice lo mismo respecto al tema. El salmista hablaba de esta manera cuando pasaba en momentos de dolor:
Salmos 6,7: Mis ojos están gastados de sufrir; Se han envejecido a causa de todos mis angustiadores.
Algo similar nos decían nuestros abuelos cuando les preguntábamos ¿Por qué tenían tantas arrugas? y ellos respondían: ¡Tanto problema mijo, tanto problema!
Las relaciones tóxicas alteran el sistema inmunológico e incrementan los marcadores inflamatorios del organismo, lo que se asocia a enfermedades cardiovasculares, hepatitis vírica, cáncer de hígado, asma, enfermedades respiratorias, dentales y autoinmunes, entre otras.
Debido al impacto de las relaciones violentas en la aparición de enfermedades, las colaboraciones entre la psicología y la medicina son crecientes, apoyando estas investigaciones interdisciplinares una mayor efectividad en el tratamiento de las causas de una gran variedad de enfermedades.
Así, cada vez más, las exploraciones diagnósticas contemplan variables de experiencias violentas en el desarrollo porque las mismas explican muchos casos a los que la medicina sola no encontraba explicación.
Empiezan a proliferar artículos científicos en medicina que incluyen relatos de médicos que experimentaron un giro en su trayectoria profesional al descubrir a través de la acumulación de casos particulares cómo la experiencia de relaciones violentas y los recuerdos de las mismas, que han sido bloqueados, no trabajados, pueden hacer que algunas enfermedades se vuelvan crónicas.
En la exposición de todas estas consecuencias de las relaciones violentas y, en concreto, de la violencia de género sobre la salud, es urgente prestar mayor atención a una cuestión de profunda importancia humana y creciente objeto de trabajo en la ciencia psicológica.
Todas estas evidencias sobre cómo la violencia en las relaciones empeora la salud mental, física y el cerebro no sólo afectan a las mujeres víctimas de violencia de género sino también a sus hijos e hijas expuestos a esa violencia.
Las relaciones violentas de los adultos son contextos adversos de desarrollo para niñas, niños y adolescentes. Este tema es una prioridad de investigación en los centros de investigación sobre la infancia más punteros del mundo, como el prestigioso Center on the Developing Child de la Universidad de Harvard.
El mensaje es claro: El tipo de relaciones que se tienen en cualquier momento de la vida son determinantes, no solo para nosotros sino también para las personas que nos rodean.
Por esa razón, en mi experiencia personal con la gente en el área espiritual y académica, hoy más que nunca, invito a las familias a buscar ayuda, adoptando medidas que apunten a mejorar nuestra vida de forma integral, propiciando el buen trato y la amabilidad, haciendo un cerco sobre los nuestros, no conformándonos con replicar nuestra crianza en los hogares actuales, sino a mejorar y buscar cambios positivos que aporten a la felicidad grupal.
La búsqueda de Dios ayuda mucho, sobre todo cuando parece que las soluciones se han marchitado. Jesús lo dijo:
Mateo 11, 28: Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
(Salmos 32:3) Mientras callé, se envejecieron mis huesos. En mi gemir todo el día.
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