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Necesitamos personal médico más humano

Por Antonio Navarro Jr.*

Fui testigo del doloroso drama y sufrimiento de una madre desesperada por ver a su adorado hijo, quien se encontraba internado en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de un centro asistencial de la ciudad de Montería.

Al día siguiente de haber sido ingresado el joven a UCI, la mamá desesperada decide ir hasta el hospital y tras largos minutos de ruegos y súplicas la dejan ingresar al centro asistencial. Agobiada, le dice a la enfermera de turno que le permita ver a su hijo, porque en su corazón siente que él la necesita. Como era de esperarse, le dicen fríamente que no se puede, que hay que esperar a que el galeno de turno llegue, revise a cada uno de los internados y dé el parte médico. Ella, en medio de su angustia se sienta a esperar.

Pasa una ‘eterna’ hora, la madre insiste en que la dejen ver a su hijo, recibe una nueva negativa, esta vez más fría que la anterior, sin explicación. Transcurre otra hora de espera, seguramente la más larga de su vida. Vuelve a insistir llorosa que la dejen ver y tocar a su hijo. Le dicen, ya con tono de fastidio, que hay que esperar que el médico revise a cada uno de los más de veinte pacientes en UCI para luego proceder.

Una hora más de espera para esa madre que seguía suplicando que le permitieran ver con vida a su hijo, aunque fuera un instante. Después de tres horas sale el médico y con paciencia, como si fuera a dar un parte de calificaciones en un colegio, le dice que su hijo está muy delicado, que le había dado un paro respiratorio la noche anterior y otro temprano en la mañana (cosa que nunca informaron a la familia) y que su pronóstico era reservado. Ella, con la angustia en el más alto nivel, le insiste que con más razón su hijo la necesita. Por fin la dejan entrar. Luego ella sale dando gritos de dolor, el médico y la enfermera le dicen a la madre que debe salir porque que a él le ha vuelto a dar un paro, hay confusión y desasosiego… pero al cabo de unos minutos le dan la triste noticia de que su adorado hijo ha muerto.

Ella, con la convicción de corazón que solo sienten las madres, está segura de que cuando la dejaron entrar a verlo, su hijo ya no estaba en este mundo. No se sabe hacía cuánto había fallecido. Por ese motivo su dolor se multiplicó, porque siente que pudo haber estado con él en sus últimos minutos de vida si tan solo, en un gesto de humanidad, le hubieran permitido estar con él, aunque fuera por un instante. (Además de que se sospecha de que no recibió la atención oportuna y adecuada, pero ese ya es otro tema a tratar).

Este es solamente uno de los muchos casos en los que se evidencia la falta de humanidad en el trato que ahora reciben los allegados de un paciente por parte de médicos y enfermeras, que a veces no muestran consideración por el dolor ajeno.

Ya son historia aquellos tiempos en los que se sentía que el médico realmente te examinaba, te trataba con interés y te hacía sentir importante. Ahora, le preguntan al paciente qué tiene, lo ingresan a un computador y detrás de este le diagnostican sin siquiera hablarle a los ojos, sin una verdadera comunicación.

El trato del personal de salud debería ser más humano, siempre afable, más allá de que la excusa sea que el sistema de salud los obliga a ser distantes, despegados, porque en las entidades públicas les exigen un número de pacientes en un tiempo determinado, entre otros motivos de esa índole.

Independientemente de ese argumento administrativo, entre las características de comportamiento de un médico o enfermera debe estar siempre la amabilidad, la compasión y la empatía, pues los pacientes que en algún momento están en sus manos no son objetos sino seres humanos, con sentimientos, con sueños, con familia, con vidas propias.

*Periodista, director de la Corporación Contacto Joven

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