En Valencia, el pueblo de las víctimas, se levanta monumento a la paz
Por: Francisco Martínez Ferreira.
Desde que vas atravesando el puente, se observa la imponente obra de arte, creada por el pintor y escultor monteriano Alfredo Torres Ibáñez. Se trata de un par de manos unidas, entrelazadas, la una sosteniendo a la otra; simbolizando la solidaridad, la unión, el perdón y la reconciliación entre los pueblos.
Valencia es un pequeño pueblo ubicado en las estribaciones de las serranías de Abibe y San Jerónimo, con una población estimada de 43 mil habitantes, muy cerca a Tierralta y conectado con San Pedro de Urabá por una carretera estratégica para el comercio y la interacción social.
En Valencia se siembra fundamentalmente papaya y cacao. Aunque también hay plátano, yuca, maíz, hortalizas y una importante actividad ganadera. Se trata de un pueblo de alma campesina.
En este lugar de Colombia, ubicado en el sur del departamento de Córdoba, se sufrió con mayor intensidad el conflicto armado, pues aquí surgieron grupos subversivos como el EPL y también las Autodefensas que luego derivaron en bandas criminales, conocidas ahora como GAO.
Por lo menos 60 de cada cien habitantes de Valencia han sufrido, directa o indirectamente los rigores de la guerra. Son más de 24 mil valencianos inscritos en el Registro Nacional de Víctimas, de acuerdo con fuentes consultadas por este medio.
Este jueves 21 de septiembre, día internacional de la paz, el gobernador de Córdoba Orlando Benítez fue hasta el lugar cercano donde asesinaron a su padre hace 18 años, el diputado Orlando Benítez Palencia, en un hecho que conmovió al departamento y al país, porque ocurrió en medio de las mesas de diálogo que se adelantaban en Santafé Ralito con los principales jefes del paramilitarismo.
En ese lugar, con el corazón oprimido por los recuerdos, el mandatario de los cordobeses pronunció un discurso lleno de esperanza, llamando a la reconciliación y la incesante y necesaria búsqueda de la paz.
Fue impresionante ver al pueblo reunido, pero no a la usanza guerrerista, cuando los violentos, armados con fusiles, los reunían para amedrentarlos o matarlos.
Esta vez llegaron de manera espontánea, tranquilos, sonrientes, para ver de cerca el imponente monumento que rinde tributo a las más de 300 mil víctimas que ha dejado la guerra en Córdoba.
Sin duda, lo más esperanzador fue ver a los niños, comprometidos con la paz, a través del arte, de la acción cívica, del medio ambiente.
Valencia no olvida a sus muertos, es posible que aún haya lágrimas en muchos ojos y heridas que no estén cerradas, pero esa comunidad, formada por campesinos humildes, quiere superar ese episodio de sangre y dolor, perdonar y mirar hacia adelante, dejando de lado el odio y el deseo de venganza.
Sólo quieren que el Sinú, ese río que ha sido su vida y un elemento esencial de su historia, no vuelva a teñir de rojo sus aguas, que sus corrientes no arrastren muertos, sino peces y esperanza.
Ese monumento está ahí por sus seres queridos, no sólo por los que se fueron, sino por los que están ahora y por los que no han venido. Eso lo saben ellos, por eso anhelan que ese capítulo de dolor y muerte no se repita jamás en sus contornos.