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Opinión

El descuento fantasma: así opera la ilusión en las vitrinas del país

Crónica de consumo en tiempos de ofertas

Por: Jairo Aníbal Doria

Era mayo, época de promociones por el Día de la Madre, cuando mi mamá creyó haber hecho una compra maestra en SAO: Un portátil con el 30% de descuento. Lo pagó con orgullo, convencida de que había aprovechado una gran oportunidad.

Pero cuando revisé los números con calma, descubrí que ese supuesto descuento era una ficción perfectamente calculada.

A partir de allí, comenzó mi travesía como consumidor escéptico. Siempre he sospechado de los descuentos.

Desde niño, algo en las promociones rimbombantes me sonaba falso, como un canto de sirena diseñado para hacernos correr hacia las cajas registradoras.

Pero fue aquel computador de 900 mil pesos el que me abrió los ojos: no hubo tal rebaja del 30%. Lo que hicieron fue inflar artificialmente el “precio original” para luego aplicar una supuesta reducción que lo dejaba, curiosamente, en su valor real. Sin descuento, sin ganga. Solo teatro.

En Almacenes Éxito, del Centro Comercial Alamedas en Montería, por ejemplo, descubrí que la estrategia es aún más refinada.

En una góndola con 12 botellas de wisky, solo una tenía el descuento real. Las demás solo simulaban ser parte de la oferta. A veces, la botella que destacaban como rebajada era la más costosa del lote, lo suficiente para engañar a un comprador desprevenido.

Otra vez, mientras buscaba un tiquete aéreo para ir de Bogotá a Cartagena, me topé con una tarifa increíblemente baja en una reconocida plataforma de reservas.

Pero al revisar la ruta, encontré el truco: debía hacer escala de 12 horas en San Andrés Islas. Doce horas varado en un aeropuerto que no estaba ni en el camino ni en el destino.

“Lo aceptó al hacer la compra”, me dijo con voz firme una operadora. “Estaba en los términos y condiciones”. Y así, el descuento se convertía en condena.

La Ley 1480 de 2011, el Estatuto del Consumidor, establece con claridad que la publicidad debe ser veraz, comprensible y suficiente. Prohíbe la publicidad engañosa, esa que induce al error o altera el comportamiento económico del consumidor.

La Superintendencia de Industria y Comercio investiga, sanciona, multa. El año pasado, sólo entre los meses de enero y agosto, recibió más de 600 denuncias de consumidores, abrió más de 120 procesos y ordenó el pago de más de 3 mil doscientos millones en sanciones.

Pero los avisos siguen ahí, colgados como cebos: “¡Solo por hoy!”, “¡Hasta agotar existencias!”, “¡Super Oferta!”.

A veces el gancho son los puntos acumulables. ¿Pero cuánto hay que gastar para poder redimir uno de esos puntos? Y ni para qué hablar de los famosos “Cupos BRILLA” de Surtigas.

El sistema está diseñado para seducirte primero y confundirte después. Si aplicas un descuento hoy, ya no puedes aplicar otro mañana. Si compras un pantalón, no puedes descontar el cinturón. Debes comprar tres productos más para calificar. Y si ya alguien se llevó la única botella rebajada, tú pagas el precio completo aunque el cartel siga ahí.

El computador de mi mamá, sigue funcionando, claro. Poco lo usa. Pero cada vez que lo veo, me recuerda que nadie te regala nada. Que detrás de los anuncios con letras gigantes siempre hay un asterisco. Que el verdadero precio de un producto no es el que aparece en rojo, sino el que no te dicen.

En este país, las promociones son espejismos. Se juega con la ilusión del ahorro, para empujarnos a consumir lo que no necesitamos o pagar más por lo mismo. El descuento más común, es el que no existe. La vitrina es un escenario y nosotros, compradores ingenuos, somos el público que aplaude una función cuidadosamente montada.

Y reclama o quéjate, para que se ofendan o adopten actitudes con esa mofa propia de quien tiene la posición dominante. Como diría Diomedes: “creen que el mundo es de ellos y los demás viven alquila’os”.

El problema no es solo legal. Es cultural.

Y por eso, más allá de lo que diga la ley, hay que aprender a mirar con otros ojos; a leer la letra pequeña; a entender qué hay detrás de ese “aplican términos y condiciones”.

Porque cuando todo parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente no lo es.

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