El Nobel que Caracas no podrá silenciar.

Por Jairo Aníbal Doria
El anuncio de que María Corina Machado ganó el Premio Nobel de la Paz 2025 corrió como pólvora por América Latina.

No fue solo una noticia internacional: fue un mensaje.
En medio del desgaste de la democracia regional, el mundo miró hacia Venezuela y reconoció en una mujer clandestina, la voz que un régimen ha intentado apagar por más de veinte años.
El Comité Noruego explicó que el galardón se le concede “por su incansable labor en defensa de los derechos democráticos del pueblo venezolano y por su lucha por una transición justa y pacífica hacia la democracia”.
En otras palabras, el premio reconoce algo que en Caracas se castiga: la persistencia de una convicción.

Machado no aparece en público desde hace meses. Se mueve con discreción, en un país donde la persecución política ya es paisaje. Vive oculta, pero no en silencio. Su nombre sigue sonando en cada esquina, en cada grupo de WhatsApp, en cada conversación donde aún se habla de futuro.
Para muchos venezolanos, este Nobel no es solo suyo: es una forma de decirle al mundo que la esperanza no se exilia.
Es el reconocimiento a una sociedad que, pese al hambre, al miedo y al cansancio, insiste en no rendirse.
Desde Colombia, el eco de este premio también toca fibras. Porque recuerda que la democracia no se hereda ni se decreta: se defiende todos los días. Y que los liderazgos civiles —los que no se construyen con fusiles ni consignas— siguen siendo la base de cualquier libertad posible.

Machado, inhabilitada políticamente y forzada a vivir escondida, se ha convertido en símbolo involuntario de resistencia. No por la retórica, sino por el costo personal que ha tenido sostener su palabra.
Cuando el comité noruego pronunció su nombre, Venezuela entera pareció respirar distinto. No porque el premio cambie su realidad inmediata, sino porque recuerda que ningún poder es eterno cuando la gente sigue creyendo en la verdad.
Ese, al final, es el verdadero sentido del Nobel de la Paz: no premiar la calma, sino la valentía de quien se niega a callar.