Muchas veces la ignorancia del otro, lleva a creer cosas que no son acordes, ni veraces y a realizar actos destructivos.
El siglo XVIII transformó la manera de pensar de la sociedad en la que nos hallamos, gracias a la Ilustración como movimiento filosófico y literario, que considera la razón como el verdadero ejercicio para alcanzar la verdad.
En este postulado, cito al escritor, filósofo francés y representante de la Ilustración, Voltaire; quien consideraba que era necesario separar el conocimiento y la moral de los dogmas religiosos, y, por otro lado, instigar el uso de la razón.
En esta última afirmación, traigo a colación la irracionalidad, el irrespeto, la intolerancia, y la falta de argumentos de muchos individuos hoy día frente a las opiniones del otro – que bien es cierto, se ha convertido en unos de los grandes problemas de la humanidad–, la imposibilidad de entender que cada hombre piensa diferente, lo que conlleva a creer o no creer en algo.
Por eso, depende de la sociedad respetar las costumbres de su patria y dejar que la religión, no se convierta en un instrumento para cuestionar y/o opinar en todas las situaciones, porque entonces, nos estamos hundiendo en la irracionalidad.
Y sí, efectivamente, hoy por hoy, muchos no razonan sino, desde las creencias, inconscientes de que ocasionalmente estas actitudes generan afectaciones en el interlocutor y no forjan consenso, fomentando así, la bendita crisis ética que nos carcome en estos tiempos.
Si vamos a criticar u opinar, hagámoslo bien, que la razón sea el epicentro para la solución del problema, pero, además, que las creencias no desvíen el objetivo – orientar al sujeto de hoy, y aceptar su identidad –.
Debemos concebir que, quien piensa, analiza y entiende, solo define un estatus provisional de verdad del conocimiento que hasta ese momento ha adquirido o producido. Y si para definir que algo es válido; solo utilizamos la opinión personal, sería un gran error. Porque el momento en que una persona radicaliza su posición, puede abolir toda posibilidad de reflexión, pudiendo llegar al dogmatismo e incluso al fanatismo.
Un ejemplo del fanatismo, el dogma y la irracionalidad se asocia a las transfusiones sanguíneas, que, según ciertas religiones, “están en contra de la voluntad de Dios”, quienes se basan en diversos pasajes de la biblia: “Solamente os abstendréis de comer carne con su alma, es decir, su sangre” (Génesis 9:4), “Nadie de entre vosotros… comerá sangre” (Levítico 17:12), “… porque la vida de toda carne es la sangre; quien la comiere será exterminado” (Levítico 17:14).
A partir de aquí, se basan algunos argumentos de los individuos sobre esa prohibición, pero que, desde la perspectiva de la dignidad humana, aún si la prohibición fuera explícita, es inadmisible, ya que atenta contra el derecho a la vida y si alguien cree que debe morir por un canon religioso, debe preguntarse si aquello en lo que cree es efectivamente la voluntad de Dios.
Es por eso que, cuando nos formamos en el pensamiento crítico; podemos mejorar los contextos y criterios desde los ámbitos políticos, culturales, sociales y religiosos, y aceptar que primordialmente, debemos reflexionar razonablemente, teniendo en cuenta al otro, sus puntos de vista, su forma de ser y de leer la sociedad.
Pero todo esto se logra, cuando en verdad las creencias quedan alejadas, para evitar llegar a una imposibilidad de ayudar al otro; promoviendo los principales valores como la libertad de pensamiento, la empatía, justicia, igualdad, honestidad, responsabilidad y humildad.
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