Estilo parental permisivo: ¿Una Forma De Maltrato?
El maltrato infantil, una realidad poco contada y demasiadas veces silenciada. La cual empieza muy pronto y casi siempre de manos de quienes son responsables de su protección y cuidado.
Es frecuente escuchar en estos tiempos a los padres de familia decir: “Es que yo lo quiero mucho doctora y le doy todo lo que me pide, lo dejo hacer todo lo que él quiera”, pero ¡Mucho cuidado!
Una crianza adecuada requiere sensibilidad a las necesidades y capacidades del niño ajustadas a su nivel de desarrollo, en el cual a mi juicio, como Psicóloga y madre de familia, todo padre de familia que quiera lo mejor para su hijo debe conocer e identificar de “Todo lo que el menor pide y todo lo que él quiere”, qué es lo que realmente necesita, según la etapa del desarrollo en que se encuentre y de esta forma, establecer estrategias que contribuyan a la sana interacción entre padres e hijos.
Antes de nada es importante aclarar el concepto de Maltrato Infantil, para lo cual La Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) propone la siguiente definición: Maltrato Infantil es “Todo acto u omisión encaminado a hacer daño aun sin esta intención, pero que perjudique el desarrollo normal del menor”.
De manera que, el estilo de crianza parental permisivo, se caracteriza por la falta de atención a lo que realmente el menor necesita para su normal desarrollo cognitivo, emocional y psicológico, y por el contrario son los intereses y deseos del niño los que los que dirigen la interacción entre el adulto y el niño. Los padres tratan de adaptarse a las necesidades del niño interviniendo lo menos posible para que el niño acepte el esfuerzo y las exigencias.
De igual forma, en este estilo de crianza prevalece la ausencia de normas, límites y supervisión de la conducta del menor, haciendo referencia al establecimiento y cumplimiento de límites y normas, tan necesarias para que los menores adquieran el principio de realidad, según el cual, sus derechos terminan cuando vulneran los derechos de los demás.
El modelo permisivo puede actuar como un factor de riesgo de la conducta violenta en los menores, de forma que hay ocasiones en las que en estas familias se genera un cambio de roles, tomando la autoridad los menores en lugar de los padres.
Teniendo en cuenta la teoría de la coerción, la relación entre el modelo permisivo y el maltrato infantil, se refiere al hecho de que, este tipo de violencia es fruto de la interacción social entre padres e hijos, en el cual los padres de familia actúan de forma negligente (descuido u omisión en el cumplimiento de una obligación) y omiten las responsabilidades de su Rol, perjudicando el normal desarrollo del menor.
En la teoría encontramos estas cuatro fases:
1) los hijos perciben los límites y demandas de los padres como una intromisión o un ataque
2) los hijos responden con conductas violentas
3) los padres ceden y se muestran sumisos, renunciando a su autoridad, reforzando así la conducta de los hijos
4) hijos y padres mantienen dicho ciclo.
Aunque es común que el problema comience en el contexto familiar, no es poco frecuente que este tipo de conductas violentas se generalice a otros contextos, como el escolar.
Aquellos menores que han aprendido que a través de comportamientos de crianza inadecuados, es común que utilicen esas mismas técnicas en otros contextos de interacción.
De esa forma, el modelo permisivo supone un factor de riesgo tanto para la violencia parental, en el ámbito familiar, como para la violencia entre iguales, en el ámbito escolar.
En definitiva, la mayoría de los menores con conductas violentas y delictivas surgen en un modelo permisivo que genera niños individualistas incapaces de aceptar la frustración.
Un adecuado equilibrio entre el afecto mostrado al menor y el establecimiento de unas normas y límites apropiados, junto con una supervisión del cumplimiento de los mismos, es un factor protector de las conductas violentas entre los menores.
Es necesario, pues, trabajar con los padres cómo establecer dichos límites y qué estrategias educativas emplear en caso de que estos no se cumplan.
El beneficio que esto puede ocasionar tanto para el propio menor como para la familia, la escuela y, en definitiva, la sociedad en general, justifica ampliamente el uso de recursos en dicha dirección.
Es necesario difundir el conocimiento sobre este problema en todos los ámbitos, con la finalidad de prevenirlo, identificarlo e iniciar su abordaje terapéutico temprano, evitando de esta forma las consecuencias y los efectos tan intensos que tiene sobre el ser humano.
Por Viviana Ibarra Morales, Psicóloga de la Asociación Niños de Papel
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