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Nociones sobre el pacto por la paz

Las propuestas que han dado vida al Pacto Histórico son fundamentales para la construcción de paz en Colombia, y no me cuesta decir que yo apoyo el pacto por la paz, porque como bien dice un proverbio: es mejor un mal arreglo, que un buen pleito, aunado con el refrán: el mejor pleito es el que no se hace.

En primer lugar empezaré por recalcar que el pacto por la paz busca la articulación de fuerzas políticas que, en el país, le atinan  al respeto y materialización eficaz de un Estado social de derecho, plasmado en el espíritu dogmático de nuestra constitución política,  que, hasta ahora, ha operado en muchos ámbitos,  sólo como promesa, más no como verdadero campo de aplicabilidad real. Junto a este paradigma se  somete a crítica un modelo neoliberal que ha traído múltiples formas tergiversadas como de despojo, privatización de los espacios y bienes públicos, daños ambientales, inseguridad laboral, precarización, así como formas de control adyacente de problemas sociales, que los agudizan, al reducirlos a un asunto de inseguridad social y jurídica.

Es así como el Pacto Histórico comprende que la guerra en Colombia se ha intensificado bajo ese modelo, y que si la construcción de paz exige abandonarlo, también reclama poner en cuestión las prácticas extractivas, de los territorios y de los cuerpos (marginalizados), que han caracterizado la implementación del neoliberalismo y la lucha reaccionaría en el país durante más de cincuenta años.

Es por ende que se asume una situación: que el momento que vive Colombia es crucial toda vez que está  en juego decidir si el Estado sigue capturado por poderes para estatales, personajes ruines de la mafia, autoritarios que han convertido a la guerra en statu quo, o si se puede revertir esta tendencia, para consolidar una democracia eficiente que pueda ser cada vez más participativa, más producida desde lo local, y menos secuestrada por los llamados clientelismos regionales y corporaciones globales.

Pero el enfoque de análisis de la antedicha situación no es puramente Estado-céntrico. El pacto entiende, o debe entender, que una democracia realmente participativa requiere fortalecer procesos locales de organización territorial, construir acuerdos desde la base, afirmar que la democracia no es ajena a las vicisitudes del conflicto sino que al contrario es este sistema político inseparable del conflicto, y que lo importante es crear canales que permitan la expresión de las diferencias en mayores condiciones de igualdad formal y material; porque sin condiciones materiales dignas (de salud, educación, empleo y seguridad laboral), los derechos se vuelven simplemente vacíos.

Pese a todo lo anterior, se ha impulsado el pacto de la paz como alianza entre partidos y organizaciones populares que buscan construir acuerdos entre posiciones distintas, pero que pueden converger en apuestas, como las antes destacadas. Se impulsa así una metodología democrática, en contraste con una lógica reaccionaria que ha fijado al oponente político como un enemigo que debe ser convertido o destruido, y que ha estimulado constantemente usos políticos del miedo.

De modo que, tendría que estar claro que un pacto de paz  no podría  sostenerse con quienes niegan las condiciones mismas en que el pacto puede prosperar, como por ejemplo, con quienes sustentan posiciones evidentemente desigualitarias, contrarias a los derechos fundamentales plasmados en la carta magna, y se resisten a dejarse interpelar; como no tendría por qué poder surgir con quienes se fijan a posiciones incuestionadamente neoliberales. Pero hay acuerdos que pueden irse construyendo entre quienes se abren sin ego ni prejuicios  al diálogo, y pueden modificar sus posiciones respecto de estos puntos cruciales. De ahí que se puedan buscar PUENTES, por una parte, con expresiones socioeconómicas, populares y de religiosidad sintonizadas con las luchas por la igualdad y, por otra, con tendencias liberales que reconocen la importancia de un  problema social actual  y de la reducción de la enorme fisura de desigualdad.

Asimismo, afecta al impulso político del pacto caricaturizar apuestas emancipadoras y estigmatizarlas (por ejemplo, buscar fronteras entre buenas y malas feministas); pretender representar con la voz del líder paternal (patriarcal)- al pueblo, como si este fuera una unidad homogénea, y no procesos heterogéneos que van articulándose poco a poco; desconocer luchas que ya se vienen dando en el campo popular para asumir que apenas se dan y se nombran en la voz del líder (que cree descubrir lo que lleva años formándose); o rechazar como burguesa toda posible crítica, volviendo a reducir el conflicto de clase, que es innegable, a una lógica de amigos y enemigos, figurando en el conflicto, su máxima expresión.

Por todo lo anterior, resulta muy poco consecuente, con el espíritu del Pacto Histórico para la paz, rechazar toda crítica o fuente desconcertante como amenazante y justificar, a capa y espada, todo lo que el líder sostenga. Fortalecer este pacto por la democracia y la vida de toda la ciudadanía, pienso yo, que es  la urgencia del presente mas aun teniendo en cuenta, décadas de conflicto armado y décadas donde se han perdido cientos de vida, producto de una guerra que debe terminar mediante diálogos conjuntos, bilaterales, avalados por organizaciones internacionales y comisiones de paz. Todo esto  implica deshacerse de todas estas lógicas y afectividades defensivas que han bloqueado verdaderas transformaciones, y recorrer a fondo el complejo y conflictivo camino de la construcción de lo común, haciendo observancia de la célebre frase de Ghandi que dice: “no hay camino para la paz, la paz es el camino”.

Jesús Fernández, abogado.

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