Luis Alfredo Garavito, nacido el 25 de enero de 1957 en Génova, Quindío, Colombia, parecía llevar una vida aparentemente normal, pero ocultaba un lado oscuro como depredador. Utilizó engaños para ganarse la confianza de sus víctimas y sus familias, lo que le permitió cometer sus brutales crímenes sin levantar sospechas.
La historia de Garavito se torna aterradora al analizar su serie de asesinatos. Durante la década de 1990 y principios de los 2000, confesó haber asesinado al menos a 138 niños, aunque se cree que la cifra real podría ser mucho mayor. Mayoritariamente, sus víctimas eran niños de escasos recursos y en situaciones vulnerables, lo que permitió que sus crímenes pasaran desapercibidos durante años.
Su modus operandi era consistente en todos los ataques: se hacía pasar por una persona amable y generosa, ofreciendo regalos y dinero a los niños para ganarse su confianza. Una vez lograba esto, los llevaba a lugares apartados, donde los sometía a torturas inimaginables antes de asesinarlos, para luego enterrar sus cuerpos en tumbas poco profundas.
La pesadilla de Colombia terminó en 1999 cuando Garavito fue capturado, gracias al testimonio de uno de sus sobrevivientes, quien logró escapar y alertar a las autoridades. Durante su juicio, confesó sus crímenes, lo que permitió esclarecer numerosos casos y llevarlo ante la justicia.
A pesar de su confesión, Garavito recibió una condena de 1.853 años de prisión, la máxima permitida por la ley colombiana. Sin embargo, debido a su cooperación en la identificación de sus víctimas y la ubicación de sus cuerpos, su sentencia se redujo a 22 años.
Los crímenes de Garavito dejaron una profunda cicatriz en la sociedad colombiana y generaron un debate sobre la necesidad de reformar el sistema de justicia y la seguridad infantil en el país. La conmoción provocada por sus actos condujo a cambios en la legislación colombiana, incluyendo penas más severas para quienes cometan crímenes contra menores de edad.
