Despliegue de EE. UU. frente a Venezuela reaviva tensiones y divide a la región

Por: Jairo Aníbal Doria
La presencia de buques de guerra y aeronaves estadounidenses en aguas del Caribe, frente a Venezuela, se ha convertido en el punto de mayor fricción geopolítica en la región durante los últimos años.
Aunque Washington insiste en que se trata de una operación contra el narcotráfico, el movimiento ha sido leído por gobiernos latinoamericanos y analistas, como un gesto de presión política hacia el gobierno de Nicolás Maduro.

México, Cuba y Colombia reaccionaron con un mensaje conjunto que rechaza el intervencionismo y reclama a América Latina como “zona de paz”. Brasil, aunque menos confrontativo, también manifestó su preocupación por la militarización del Caribe.
En paralelo, Bogotá aclaró que no existen acuerdos militares con Venezuela, en un intento por despejar rumores de una coordinación binacional.
Desde Caracas, la respuesta fue inmediata: prohibición temporal de vuelos de drones, discursos de soberanía y denuncias de hostigamiento.
El chavismo cerró filas en torno a Maduro, mientras la oposición venezolana, en medio de la presión interna, recibió respaldo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con medidas cautelares a favor de dirigentes de Primero Justicia.

El contexto se enciende aún más con nuevas sanciones impulsadas desde el Congreso estadounidense y con la retórica del Secretario de Estado, Marco Rubio, quien anunció castigos contra funcionarios venezolanos, o de terceros países que negocien con el petróleo venezolano.
A esto se suma la elevación de recompensas por información sobre Nicolás Maduro y su círculo cercano, un mecanismo que Caracas interpreta como una agresión directa.
Entre tanto, la diplomacia regional se mueve con cautela. Colombia aparece en una posición particularmente sensible: aliada histórica de Washington en temas de seguridad, pero alineada en esta coyuntura con los países que rechazan el despliegue militar.
Para el presidente Gustavo Petro, la estrategia norteamericana es equivocada: “los gringos están en la olla si piensan que invadiendo resuelven su problema”, dijo en una de sus intervenciones.

La tensión, más allá del discurso antidrogas, refleja un pulso mayor: el interés por el control de rutas estratégicas, recursos energéticos en disputa y la influencia política sobre un gobierno cuya legitimidad es cuestionada en escenarios internacionales.
Con barcos en el Caribe, sanciones en marcha y posiciones divididas en la región, la relación entre Estados Unidos y Venezuela se mueve en aguas cada vez más turbulentas, mientras América Latina intenta evitar que la confrontación se convierta en una nueva grieta, en su ya frágil unidad diplomática.