Aniversario del horror que impusieron los paramilitares en Córdoba
Redacción. La historia de las masacres del paramilitarismo en Córdoba quedó marcada con la primera matanza registrada por esas organizaciones armadas al margen de la ley, el martes 1° de marzo de 1988, hace 33 años.
En esa ocasión, el grupo ‘Los Tangueros’ dirigido por Fidel Castaño Gil, comenzó a matar pobladores en el corregimiento de Volador, municipio de Tierralta y en las parcelas Costa de Oro, ubicadas en el corregimiento de Tres Piedras, municipio de Montería. Ambas localidades están contiguas.
La banda criminal, tenía su centro de operaciones en la hacienda Las Tangas, situada en el corregimiento de Villanueva, municipio de Valencia, en la margen izquierda del río Sinú.
Para llegar a Volador y Costa de Oro solo tenían que cruzar el río ya que las dos poblaciones quedan en la margen derecha del Sinú, cerca de la región del Betancí y de la carretera que de Montería conduce a Tierralta.
Volador es uno de los centros poblados más importantes de Tierralta, se halla rodeado de grandes haciendas donde se practica la ganadería extensiva. En esos tiempos las gentes de escasos recursos económicos se dedicaban a la agricultura, la pesca y a jornalear en las fincas vecinas.
Por esa época tenía 600 viviendas donde residían unas 3.000 personas, las cuales salieron despavoridas de la población, debido al ataque del movimiento irregular. Algunos moradores regresaron con temor años después, mientras que otros se quedaron en los perímetros urbanos de Tierralta, Montería y otras localidades.
Llega ‘Don Fidel’
A comienzos de los años 80, había llegado al municipio de Valencia un paisa con mucha plata a quien los habitantes llamaban ‘Don Fidel’. Se trataba de Fidel Antonio Castaño Gil, quien venía del municipio de Amalfi departamento de Antioquia. Algunos también lo apodaban ‘Rambo’.
Ese hombre, apenas hizo aparición en el Sinú, quedó impresionado con las tierras de la región, por eso, comenzó a buscar terrenos para adquirirlos. Fue así, como negoció las haciendas Las Tangas, en Valencia, y Misigüay, en Montería. Ambas situadas en la margen izquierda del río Sinú.
Casi de inmediato, trajo hombres contratados en el Magdalena Medio. Estas personas, según las autoridades portaban armas de fuego, vestían ropa de vaqueros, usaban carriel y se cubrían con sombrero de paja. Su hablado era ‘acachacado’ decían los nativos.
Como los hombres del Magdalena Medio no eran suficientes, Castaño mandó a sus emisarios a buscar personal para trabajar en las fincas. Por eso cruzaron a Volador y Costa de Oro, donde solicitaron gente para que fueran a laborar en distintos oficios en Las Tangas y Misigüay.
Este hombre pudiente, se había aliado con el narcotraficante hondureño Miguel Matta Ballesteros, quien había comprado las haciendas El Danubio, Cocosolo y Macaniyal, en jurisdicción de Tierralta. Este dominaba en la margen derecha del río Sinú. Castaño tenía su poderío en la margen izquierda.
Por esos tiempos –según las autoridades- delinquían en esas zonas las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). El Ejército Popular de Liberación (EPL) estaba en proceso de desmovilización. Sin embargo, por la existencia de estos grupos, habrían surgido las autodefensas al mando de Castaño.
La hora de la matanza
A las 7:00 de la noche del primero de marzo de 1988, un grupo de hombres armados se presentó a la población de Volador. De las viviendas de ese lugar fueron sacando uno a uno, y por la fuerza, a seis personas.
Tres de esos pobladores aparecieron muertos, entre ellos el profesor Carlos Conde, quien dictaba clases, contratado por Castaño, en el colegio de Volador. Los otros tres nunca los volvieron a ver. Se comentaba ‘en voz baja’, que los cadáveres de estas personas habían sido arrojados al río Sinú.
Ese día, el sol se había asomado bien temprano y se sentía un ambiente sofocante, ya que se estaba en época de verano. Aunque a veces había cambios bruscos de temperatura, y el astro rey se ocultaba pues se acercaba la Semana Santa.
Pero luego siguió la matanza en Volador y en las parcelas Costa de Oro, hasta el punto que pasaron de 20 las personas masacradas por los tangueros en esos lugares del Alto Sinú, de acuerdo con los datos de las autoridades.
La mayoría de los cuerpos sin vida nunca fueron encontrados, uno que otro fue hallado en fosa común en fincas aledañas. Pero la mayor parte de ellos, habrían sido desmembrados y tirados a las aguas del río Sinú.
A los medios de comunicación de Montería fue poca la información que llegó sobre esos crímenes. Algunas personas de Tierralta, Valencia y sectores donde ocurrieron los hechos, contaban ‘entre los dientes’ algunas cosas. Hablaban muy poco. En la región, comenzaba a operar la ley del miedo y el silencio.
Unos días antes de la masacre, una de las abuelas escuchó el canto de un yacabó. (Los campesinos sinuanos dicen que cuando canta esta ave, es presagio de muerte o que va a ocurrir una tragedia). La matrona enseguida corrió y puso dos tizones en cruz, para ahuyentar los maleficios.
Pero de nada valieron las costumbres y tradiciones de la abuela. Por eso, en la región tienen como superstición el aforismo que dice: “el martes no te cases ni te embarques ni te vayas para otra parte”.
laventanadecordoba.com
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