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Rompan todo: la historia incompleta del rock en América Latina

Seis episodios conforman la mini serie lanzada por Netflix en la que se aborda la historia del rock en América Latina, partiendo del californiano-mexicano Ritchie Valens a finales de los años cincuenta y apelando, principalmente, a los testimoniales de muchos protagonistas.

El resultado es entretenido, con un destacable esfuerzo en el trabajo de arqueología musical y la edición, aunque el siglo XXI no forma parte del alcance principal de la serie. Sin embargo, más allá de las razones que puedan esgrimir los productores, investigadores y guionistas involucrados, la historia hubiera dado para mucho más. Digamos que se trata de una historia parcial o incompleta del rock en América Latina.

Que Netflix ha acertado con “Rompan todo” es indudable. ¿Pero qué se entiende por acierto? Pues el hecho de que haya puesto el tema del rock en América Latina sobre la mesa —o en millones de pantallas— y haya encendido el debate. La serie no pasa desapercibida y eso ya asegura un logro comercial. A medida que se suceden los episodios, van surgiendo las preguntas que se agolpan luego de devorarse los seis en una sola sesión (sin duda la mejor manera de no dispersarse). ¿Qué persigue realmente la serie? ¿Es una serie de entretenimiento? ¿Es una serie cuyo fin es la reivindicación de una historia común o solo de una parte interesada? ¿Se trata de un ejercicio de auto indulgencia? ¿Es un acercamiento a la historia política a través de la música? ¿Qué criterios se siguieron para incluir a unos y descartar a otros? Dependiendo de la edad, del país en el que cada quien haya vivido y de la cultura musical que se tenga, esas preguntas —todas o ninguna— y sus varias respuestas, pueden surgir en el espectador.


“Es inocultable que durante mucho tiempo, los países latinoamericanos funcionaron como islas. En el plano musical, poco se sabía dentro de un país de lo que ocurría en otro”.


La cronología arranca con las inofensivas copias a propuestas doo wop, boogie-woogie o rock’n’roll que ocurrieron en todos los países, los intentos de encarnarse en Elvis, sigue con el impacto superlativo de The Beatles y el resto de grupos de la Primera Invasión Británica, los hippies, la contracultura, el blues y la psicodelia, la revolución sexual, los grandes festivales, pasa por la era punk y new wave que cambió y oxigenó todo el panorama anterior, hasta llegar finalmente a los noventa y la llegada de MTV Latino, presentada como una especie de panacea. La historia está contada de forma atractiva y bien documentada, sí, pero de forma parcial.

La complejidad de contar una historia de sesenta años que posee muchos flancos es indudable. El concepto etno-geográfico y cultural conocido como Latinoamérica, agrupa a veinte países cuyas lenguas oficiales son el español y el portugués, y a un pequeño porcentaje de otras naciones en las que se habla francés. Todos con el vínculo común de haber sido alguna vez colonia de España, Portugal o Francia. A ello hay que agregar a las millones de personas y descendientes que viven en Estados Unidos y se han llevado consigo costumbres culturales muy arraigadas.

Queda claro que los productores Nicolás Entel y Gustavo Santaolalla, el director Picky Talarico y el productor periodístico Manuel Buscalia, tenían que tomar decisiones para no perderse en el camino. Apostaron por ubicar el hilo cronológico en las dos más notables e indiscutibles capitales del rock de la región a través de las décadas: Buenos Aires y Ciudad de México. Una tercera, Santiago de Chile, es también importante. La impresión con la que nos quedamos es que aquello que no estuviese en ese radar que triangula Buenos Aires, Santiago de Chile y Ciudad de México, con escala en Bogotá, fue descartado: no existe de cara al espectador. Pero, no significa que todo lo relevante de esas ciudades haya sido tratado. Al contrario. ¿Faltó rigor? Pues sí.

A menos que se piense en una segunda temporada —posibilidad que no ha sido anunciada, por lo menos hasta el momento—, lo que reflejan estas seis entregas es la sensación de haber dejado olvidados capítulos de absoluta importancia como Brasil (un cosmos de grandes proporciones), Venezuela, Ecuador, Panamá, Perú y Uruguay (estos dos son mencionados en el primer episodio con grupos como Los Saicos y Los Shakers, y entrevistas a sus líderes). De hecho, la traducción al castellano del éxito de 1965, “Break It All”, de Los Shakers, da nombre a la serie.

Habría sido interesante, también, abordar el rock en Cuba, uno de los primeros países de habla hispana donde se hizo rock, poco después considerado un género transculturizante por la revolución castrista, lo que ya, de por sí, ofrece bastante tela.

Cualquier espectador no avezado, especialmente las generaciones recientes, habituadas a Netflix, puede llegar a la conclusión tras ver los seis episodios de “Rompan todo” que fuera de Argentina, Chile y México, el rock casi no ha existido en el resto de América Latina. Colombia aparece en la segunda mitad, con énfasis en Aterciopelados, pero tampoco se le hace justicia a un país que cuenta con un festival de la relevancia y las características de Rock Al Parque. Tampoco se reconoce con justicia la gran influencia de la Movida Madrileña y el resto de la escena española. Fueron muchos los grupos, discográficas, revistas y fanzines, que se convirtieron en referencia para muchos en América Latina.

Desde que el rock dio sus primeros signos, el ecosistema latinoamericano ha sido una auténtica montaña rusa tanto en lo político como en lo social y económico, con dictaduras militares, períodos democráticos en apariencia sólidos y otros llenos de inestabilidad, socialismos de corte totalitario, populismos, guerrillas, golpes de estado y mucho más. Todo ello se ha reflejado en la cultura y el arte, y muy en especial en la música. En México, el rock estuvo prohibido durante muchos años y, en los años setenta, perseguido en Argentina y Chile; estigmatizado, incluso, en democracias como la venezolana y tachado de ente alienante en Cuba.

Partiendo de esa premisa, van apareciendo varios de los principales protagonistas, en una historia contada cronológicamente, sin voz en “off”. Por tanto, el peso narrativo descansa sobre cada uno de los participantes elegidos —algunos con un ego bastante inflado—, y es el director quien le da coherencia a ese cóctel de opiniones, visiones y posiciones. Allí también surgen dudas sobre el manejo algo maniqueo del tema político, la violencia, la rebeldía, el mercado y la industria. ¿Sabía cada participante la forma que iba a tomar finalmente la serie? Toca al espectador valorar a cada uno y al conjunto. A medida que aparecen los testimonios, surgen imágenes de archivo que sin duda representan un gran esfuerzo de arqueología musical y documentación, que se erigen como uno de los grandes atractivos de la serie.

Los detalles en el caso mexicano son apasionantes. Su historia está troceada en dos partes, la de los sesenta y tempranos setenta, el recomienzo en los años ochenta y la gran explosión de los noventa gracias a MTV Latino. Allí se mencionan eventos trascendentes como la Masacre de Tlatelolco en 1968, el terremoto de 1985 o la cuestionada asunción al poder de Carlos Salinas de Gortari en 1988.

Así, van apareciendo personajes como Enrique Guzmán (Los Teen Tops), Alex Lora (El Tri), Javier Bátiz, Armando Suárez (Chac Mool), Rafael Acosta (Los Locos del Ritmo), Sergio Arau (Botellita de Jerez), quienes cuentan, a su modo, las experiencias en una etapa difícil que tuvo su punto culminante en el mítico Festival Rock y Ruedas de Avándaro en 1971, a partir del cual se prohibieron los festivales de rock durante quince años, mientras el presidente de entonces, Luis Echeverría, prohibía a las estaciones de radio programar rock, obligaba a las discográficas a no grabar a bandas y conminaba a la prensa a satanizar a la juventud.

Más adelante hacen su aparición los miembros de Caifanes, Neón, Fobia, Café Tacvba, Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio (estos con especial merecimiento), Humberto Calderón (del grupo Neón y responsable del sello Culebra), Maná, La Lupita, Santa Sabina, Molotov, entre otros, así como Julieta Venegas y la chilena afincada en México, Mon Laferte (cuyo aportación, en este caso, es prescindible).

Hay ausencias notables en lo referente a México, como la no mención de los sellos Opción Sónica, Intolerancia, Antídoto y otros, pero la mayor es la del Sr. González (Rafael González Villegas), quien además de integrante en varias épocas de Botellita de Jerez, productor y parte de varios proyectos, es un avezado investigador y una de las voces más autorizadas, con tres volúmenes indispensables que cuentan la historia, titulados “60 Años de Rock Mexicano”.


Argentina es el país que recibe el trato más amplio, no solo por la cantidad de participantes y sus testimonios, sino por imágenes de archivo de gran valor”,


Argentina es el país que recibe el trato más amplio, no solo por la cantidad de participantes y sus testimonios, sino por imágenes de archivo de gran valor, entre ellas de los recordados Sandro, Spinetta, Moris, Pappo, Tanguito, Luca Prodán, Federico Moura, Miguel Abuelo y Cerati, y de bandas históricas como Los Gatos, Manal, Vox Dei, Sui Generis, Almendra, Arco Iris, Pescado Rabioso, Seru Giran, Sumo, Virus, Los Abuelos de la Nada, Billy Bond y La Pesada del Rock And Roll, Los Violadores, Suéter, Los Fabulosos Cadillacs, Los Twists, así como acontecimientos de la turbulenta vida política y social argentina, como la Guerra de las Malvinas.

Entre los muchos personajes que son entrevistados, hay que destacar la aportación de Litto Lebia, David Lebón, Pedro Aznar, Nito Mestre, Zeta Bosio, Fito Páez, Pil Trafa, León Gieco, Vicentico, Ricardo Mollo, Tweety González, Richard Coleman, Marcelo Moura, Miguel Mateos, Cachorro López, Celeste Carballo, Hilda Lizarazu y, obviamente, la de Gustavo Santaolalla, quien maneja los hilos. Mención aparte la del italiano nacionalizado argentino, Giulano Canterini, conocido como Billy Bond, incendiario personaje que como cantante y luego propietario del recordado local La Cueva sufrió persecución y debió exiliarse en Brasil. No tan afortunadas resultan las intervenciones de Andrés Calamaro, y sobre todo Charly García.

El gran punto de ruptura con Soda Stereo, a partir de 1984, es tratado en detalle. Su impacto local y pronta repercusión en el resto de países americanos, lo que convirtió a la banda en un punto de inflexión en la historia del rock en América Latina, una influencia que sigue tan campante. No hay duda de la importancia capital que ha tenido Gustavo Santaolalla, no solo como visionario músico que supo incorporar de manera brillante el folclore al rock (aunque no fue el primero como se deja entrever) para dar identidad al rock argentino, sino como productor, compositor y curador de bandas sonoras, y descubridor de talentos. Todo ello le da autoridad suficiente, pero al mismo tiempo no es posible dejar de reconocer que peca de sobreexposición y deja la impresión de haber dado el peso principal a todos aquellos a los que ha producido o promovido.

En el caso de Chile, salvo el segmento dedicado a Los Jaivas y su mezcla de folclore con rock, la atención se la llevan Los Prisioneros —la primera banda de Chile que trascendió en la región, en plena dictadura de Pinochet en los ochenta—, Los Tres y La Ley. Los protagonistas aparecen en pantalla bastantes veces, aunque el cantante y bajista de Los Prisioneros, Jorge González, deja una pobre impresión. Una inexplicable ausencia es la de Congreso, la longeva agrupación con cincuenta años de historia, gran reflejo de la diversidad musical chilena.

En la segunda mitad de la serie, surge un cuarto país protagonista: Colombia. El grupo Compañía Ilimitada es uno de los escogidos y hubiera sido interesante la participación de Andrew Loog Oldham, ex manager de The Rolling Stones quien vive en Bogotá, gracias a quien la banda obtuvo un gran éxito en 1988. El grupo Pasaporte, Juanes (que antes de hacerse famoso como solista editó cinco discos con la banda de thrash metal Ekhymosis), pero sobre todo Aterciopelados (Andrea Echeverri y Héctor Buitriago) reciben bastantes minutos, quizá demasiados en detrimento de todos aquellos que no fueron considerados.


“Sesenta años después del nacimiento del rock en América Latina la única certeza es que la mayor parte de lo ocurrido es y parece que seguirá siendo subterráneo”.


Que Brasil no aparezca en un trabajo sobre la historia del rock en América Latina es difícil de procesar y deja bastante tocado al esfuerzo. Allí está Paralamas como la punta de lanza del rock brasileño, incluso con discos cantados en español e impacto en toda Latinonamérica. ¿Dónde quedó Os Mutantes y el resto de los grandes del tropicalismo, pioneros en mezclar rock, psicodelia y música tradicional? ¿Y el gran Cazuza? La lista es muy amplia y las historias de un país que también pasó por dictaduras, es de un gran atractivo.

Que Venezuela tampoco haya sido incorporada, no se entiende. En Caracas, por ejemplo, se realizó en 1991 el más ambicioso festival de la región hasta entonces (Festival Iberoamericano de Rock), cinco días en los que participaron muchos de los músicos entrevistados en “Rompan todo” y que cerró Soda Stereo en el amanecer del 11 de noviembre, tras una tormenta que asemejaba a las de Woodstock y que el público soportó estoicamente por horas. Cerati siempre mencionó ese show como el más alucinante y memorable en su vida. De Venezuela, apenas aparecen Héctor Castillo y José Luis Pardo en breves testimoniales, pero ninguna de las emblemáticas bandas de las que fueron o son parte aparecen (Sentimiento Muerto, Dermis Tatú, Los Amigos Invisibles, Los Crema Paraíso).

En el caso de Sentimiento Muerto, su primer disco fue producido en 1987 por Fito Páez y el histórico único disco de Dermis Tatú fue grabado en Argentina. Hubiera sido más que pertinente que la influyente figura de Cayayo Troconis, ocupara minutos en “Rompan todo”. Tampoco hay rastro de Desorden Público, la más importante y longeva banda de ska, con treinta y cinco años de historia, muchos discos y giras por varios continentes. Ni del gran exponente del rock con elementos folclóricos en los años setenta, Vytas Brenner.

En el caso de Perú, más allá de Los Saicos, se ignoran grupos fundamentales como Pax —pionero del hard rock—, Laghonia, We All Together y sobre todo Traffic Sound, que en 1971 fue la primera banda peruana en tocar en Argentina, Chile y Brasil, con un sonido que mezclaba psicodelia, rock progresivo y ritmos afroperuanos. El exitoso Miki González brilla por su ausencia. Es inocultable que durante mucho tiempo, los países latinoamericanos funcionaron como islas. En el plano musical, poco se sabía dentro de un país de lo que ocurría en otro. Cuando en la Argentina de los años setenta, Luis Alberto Spinetta y Charly García eran grandes fenómenos con sus grupos, poco o nada de ellos se sabía más allá de sus fronteras. Lo mismo ocurría con el resto de países donde se produjeron fenómenos de impacto local. Por ello, era necesario ahondar en dichas realidades sin normalizarlas, porque cada nación tiene sus particularidades. Fue en los años ochenta cuando comenzó a producirse la expansión, con Soda Stereo a la cabeza y muchos grupos españoles cuya música cruzó el Atlántico hasta las emisoras de radio y programas de TV. En ese sentido, la inclusión de Santiago Auserón es un acierto ya que Radio Futura fue uno de los grupos que más influencias latinoamericanas incorporó a su rock.

Sin embargo, no está Miguel Ríos, quien en 1986 organizó el Primer Encuentro Iberoamericano de Rock en Madrid, y que era para entonces el rockero español más conocido en América Latina. Luego la irrupción de Héroes del Silencio influyó a muchísimas bandas de toda América, y no digamos ya las de Siniestro Total y La Polla Records. Hubiera sido interesante conocer el testimonio de Olvido Gara, “Alaska”, mexicana de nacimiento y protagonista esencial de la Movida Madrileña. Sobre todo porque el tema de las mujeres dentro del rock latinoamericano es despachado con simplismo y casi da la sensación de haber sido incluido para cumplir con lo políticamente correcto.

Resulta también insólito que no se hayan dedicado generosos minutos a la gran influencia que tuvo Carlos Santana y su banda en la personalidad del rock latinoamericano de los años setenta. Decenas de bandas surgieron al calor de su sonido. En 1973 el cineasta venezolano Alfredo Anzola, junto a un admirable equipo de trabajo, documentó la extensa gira de Santana por América Latina que dejó para la posteridad en un increíble largometraje.

Resulta un contrasentido y casi un absurdo que parte de la responsabilidad de cerrar esta mini serie haya recaído en el puertorriqueño Residente, cuya relación con el rock es prácticamente inexistente. ¿Por qué esta concesión? Residente es un artista importante y destacable, pero que se mueve en otros mundos musicales. Más pertinentes son las intervenciones del inquieto David Byrne (Talking Heads), siempre interesado en la música latinoamericana. A través de su discográfica, Luaka Bop, la banda venezolana Los Amigos Invisibles trascendió a otras audiencias.

El intento de “Rompan todo” de dar a conocer, a través de un medio masivo, el desarrollo y los vaivenes del rock en una región siempre dada a la inestabilidad, se queda corto. Deja la impresión de que los méritos relacionados con la existencia, desarrollo y consolidación del rock latinoamericano se abrogan a un reducido grupo.

Sesenta años después del nacimiento del rock en América Latina la única certeza es que la mayor parte de lo ocurrido es y parece que seguirá siendo subterráneo. Han perdido la oportunidad de hacer una serie realmente memorable. Quedan en deuda.

Fuente : mondosonoro.com


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