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Opinión

La yuca es más que el arroz

Por Hernán Gabriel González*

En la época cuando era niño, de eso hace rato, con los vecinos y amigos nos reuníamos a ver televisión en la casa, y más cuando era boxeo, se llenaba la pequeña sala y nos sentábamos frente a un televisor de no más de 20 pulgadas, expectantes a las proezas de nuestro boxeador sinuano, en aquel entonces Miguel ‘Happy’ Lora. En una de sus defensas del cinturón, cuando ganó producto de una gran pelea, un emocionado periodista le preguntó qué comía, debido a esa resistencia, agilidad para pegar y salir casi intacto de los asaltos, en casa, nosotros emocionados, oyendo de fondo las campanas de la iglesia del barrio porque el cura era fanático número uno del ‘Happy’, y cada vez que ganaba las hacía sonar a la hora que fuera que terminara la pelea, veíamos en la pantalla al feliz y sonriente ‘Happy’, con su cinturón de monarca del peso gallo y su sombrero vueltiao en medio de la emoción diciendo: -¡Yuca y suero!

Así es, en la dieta que por décadas ha acompañado la mesa cordobesa no puede faltar la yuca, esa raíz o tubérculo, cuyos orígenes se remontan más allá de los cuatro mil años de antigüedad, ha sido la base alimenticia de parte de América, África y Oceanía. No ha existido en Córdoba, cumpleaños, matrimonio, bautizo, primera comunión, quinceañero, grado, fiesta patronal, corraleja, fandango, o cualquier evento donde no haya hecho presencia.

La yuca se come con chicharrón, con pescado frito, con pescado en viuda, con carne salada, en sancocho de gallina, de pavo, de pato, con carnero guisado, con queso, etc.  Y no solamente cocido, con ella también se hace casabe, carimañola, enyucado, pandebono, la misma se ha usado como pegamento; el almidón de yuca sirvió para pegar el papel al esqueleto de varita de los barriletes, que se elevaban en el atardecer sinuano.

Es muy raro, por no decir imposible, que haya alguien que no haya comido su buena yuca, hasta rucha cuando dicen que sale mala, a menos que sea de esos extranjeros de nombres difíciles de pronunciar, por eso desconfío de la persona que cuando le ofrecen yuca en la comida dice: -No gracias, no me gusta la yuca-. Cómo es eso posible, si la yuquita es un alimento noble, no pide extravagancias, se conforma con un huevo revuelto, con una cucharadita de suero o mantequilla, hasta con dos o tres tripitas fritas.

No me lo crean, pero la yuca compite directamente con el arroz, es cierto que hay gente que se cae de la estera si pasa un día sin comer arroz, pero una tilapia frita pega más con yuca, con el arroz se hace chicha; sin embargo, la yuca lo fregó porque con ella ahora se hace cerveza. Cuando alguno está sin fuerza le dicen que fue que no comió yuca, y si tiene mucha es porque se alimentó bien con ella. La yuca es agradecida con la tierra donde se siembra, campesinos han sacado algunas inmensas de treinta, cuarenta libras y más, también es corroncha como nosotros, no le gusta montar avión, se daña, se pone negra dicen los viejos.

Me extraña sobre manera que en Córdoba no haya un monumento a la yuca, los hay para el porro, artistas, aves, peces, pero sino  fuese por la yuca, ‘Happy’ no habría sido campeón, las mesas de frito serían incompletas, como una sinfonía inconclusa, no existirían  las chicharronadas, la yuca merece su estatua, ha estado presente en la mayoría de los acontecimientos sociales y familiares más importantes, así mismo, el departamento también debería encomendar una digna representante en el próximo reinado de la yuca que se llevará a cabo en Tubará–Atlántico, para que se sienta el agradecimiento a tan importante tubérculo.

Tiene anécdotas bellas, como la de los borrachos que un día en una amanecida sintieron hambre, y entre varias opciones para comer terminaron eligiendo la carne asada con yuca, encomendaron la misión al menos borracho de todos, quien al poder (después de varios intentos) subirse a una bicicleta prestada, salió en busca de las viandas, y viniendo de regreso, esquivando los huecos propios de su imaginación alicorada fue a dar contra el suelo quedando expuesta su valiosa carga; como mandado por la mala hora, apareció un perro callejero que ante la sorpresa del acontecimiento, presuroso empezó a devorar las carnes de los diferentes desechables, el borracho sin equilibrio siquiera para poderse levantar, a medio lado en el suelo y con la bicicleta aprisionándole un pie, solamente atinaba a tratar de ahuyentar al ávido animal con un lastimero ¡vaya!, ¡vaya perro! ¡vaya! Y viendo que el desaforado comensal con inmenso placer se comía ya prácticamente todas las carnes, en un acto de total enojo e indignación mezclado con resignación le gritó al perro – ¡Eche, pero come yuca también!

* Docente de humanidades y lengua castellana, egresado de la Universidad de Córdoba, especialista en procesos de lectura y escritura DE La Universidad de Buenos Aires. Editor y productor de guías de estudio para estudiantes de instituciones educativas de Medellín.

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