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Opinión

Año de renovación interior

El año 2020 nos enseñó más de lo que se pudo haber aprendido en años anteriores. Enseñó al mundo a que todos somos tripulantes del mismo barco, nos enseñó que la enfermedad no discrimina etnia, sexo o estratificación social.

Nos instó a buscar la paz interior, a reinventarse con nuevas modalidades de trabajo, ahorro  y hábitos; nos enseñó a ser pacientes frente a las adversidades eventuales y esperar con fe a que todos los obstáculos se disolvieran; nos mantuvo cerca de nuestras familiares y seres queridos, unidos, cuidándonos y protegiéndonos mutuamente de la pandemia que, hasta el sol del día, sigue acechando. Fue un año de mucha enseñanza y crecimiento espiritual.

Por otro lado, hay que ser francos en admitir que, pese a todos los advenimientos nefastos, (unos más que otros que han afectado directa o indirectamente la tranquilidad de la sociedad) seguimos aturdidos.

La pandemia del coronavirus ha descolocado todo y no lo asimilamos todavía: nuestra vida en lo más íntimo, nuestras relaciones con el prójimo, las pocas certezas que nos ofrecía el tiempo previo, incluso con sus nostalgias y sentimientos de lo que fue un florecido pasado donde no existían tantas ocasiones caóticas juntas en nuestro medio.

Y a pesar de todo eso, quizás el mayor temor que podríamos tener algunos, es que no hayamos aprendido nada de este momento aún a sabiendas de que la pandemia ha mantenido al mundo de rodillas, amén de que ya la vacuna se está produciendo en masa.

El 2020 nos enseñó que la felicidad se encuentra en nuestro interior y que allí ha permanecido siempre, enredada o disipada por el ruginoso ritmo de vida actual. Podemos tomar la decisión todos los días de ser felices ya que esto no depende de las condiciones de vida sino de la actitud positiva, constancia, fe y servicio hacia lo que uno hace.

Y es que, tal como lo han denomino la mayoría de personas: ha sido un año cruel, con sorpresas que han generado intriga, tristeza y pérdidas.

La incertidumbre ha venido para quedarse en nuestras vidas, sin embargo, tengo la esperanza de que no estará asentada de  forma definitiva. Por esta causa se ha acelerado la necesidad de prepararnos para ella, de enfrentarla con gallardía.

Incluso eso significa repensar la educación como está concebida en la actualidad, sin tener aún claro un nuevo esquema. Pero lo cierto es que vamos a requerir seres humanos más adaptativos, flexibles, empáticos, rápidos para actuar y moverse en escenarios turbulentos.

La propia crisis nos ha demostrado que aquellos líderes políticos (locales y nacionales) que mejor han gestionado la contención y los efectos de la pandemia son los que fueron capaces de ponerse en el peor escenario posible para tomar las mejores decisiones. Han sido malabaristas de la incertidumbre y han sabido sortear la complejidad con inteligencia y en favor de sus sociedades.

Este nuevo año, es tiempo de renovarse desde todos los puntos de vista: social, sentimental, económico, cultural, intelectual, etc. No podemos creer que es el año del cambio en razón a que el cambio proviene de uno, no de la época.

Todos tenemos la fuerza y capacidades  para hacer grandes cambios en lugar de quejarnos por todos los impases e inconvenientes de la vida, porque a la larga, somos nosotros quienes forjamos nuestro destino, no la suerte o el karma del universo sino nuestros propios pensamientos y acciones son las que determinan las proezas o dificultades de nuestro camino.

Por último, cabe destacar que el virus nos puso de presente algo que hemos olvidado durante mucho tiempo: todos necesitamos de todos como si fuéramos hermanos.

No hay lugar para construir muros que excluyan y la propia pandemia mostró que son inútiles y además perversos.

El reto es construir, con base en los valores humanos de colaboración y filantropía, a partir de ahora una sociedad global colaborativa y cooperativa que pueda enfrentar de mejor manera los problemas que planteará la convivencia futura.

Aquí los Objetivos de Desarrollo Sostenible  deberían ser la mejor hoja de ruta para las futuras generaciones.

Es claro que, con toda nuestra capacidad, como ciudadanos globales, con inteligencia y sensibilidad, podremos construir un mundo y una vida más humana. Sería imperdonable que perdamos esta oportunidad después de todo lo que nos ha enseñado el acecho de la pandemia.

Se puede ir superando y renovando, poco a poco, a tal punto que nos adaptemos a nuevos cambios si renovamos nuestra mente y espíritu, aceptando que no podemos controlar todos los elementos de la naturaleza pero sí podemos trabajar unidos, en aras del bien común y al desarrollo de nuestra sociedad.


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