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Opinión

Cuando la radio no era solamente para oír música y malas noticias

Por Hernán Gabriel González

Sabrosa aquella época en Montería cuando uno por radio oía aquel programa ‘El radio club de los cordobeses’, eso sí era bueno, se enteraba uno cuando había fiestas, corralejas, cuerdas gallísticas, bautizos, matrimonios, etc. A propósito, pueblo fiestero era ese Palma de Vino (espero lo siga siendo) a cada rato, el radio club anunciaba que había fiesta por allá. Sabía uno quién se moría, aunque no fuese pariente, por ejemplo, daban la información más o menos así: “Se le avisa a los parientes y amigos que en horas de la madrugada falleció en el caserío Chupa Chupa, el señor Luis Nisperuza, el entierro es a las cuatro de la tarde, el café lo ponen los dolientes del difunto”. Y de inmediato pasaban los avisos más alegres: “Fiestas, fiestas y más fiestas en El Trementino los días doce, trece, catorce, quince y dieciséis de julio, a las 5 de la mañana la banda tocará por las  principales calles del pueblo anunciando que las fiestas han comenzado, por la mañana gran chicharronada en casa de la señora Matilde Herrera; habrá riñas de gallos de las cuerdas de los hermanos Polo Martínez, de La Ye, invitadas las cuerdas gallísticas de Pelayito, San Carlos y Mochila; a las 2 de la tarde habrá carrera de caballos, la yegua ‘La bola e’ chisme’ correrá contra la yegua ‘La loba herida’ por dos catabres de maíz, 40 puños de arroz, un galón de aceite, dos arrobas de queso y dos botellas de aguardiente. ¡A las 7 de la noche comienza el archirecontramorrocotudo fandango con el picó ‘El doble poder’, de Remberto Domínguez y la presentación de la banda juvenil de Chochó, hasta que el doctor Solano abra las puertas de su consultorio”.

Yo en ese tiempo pensé que para los pueblos no había más médico que atendiera sino ese. Oír eso era chévere, porque de fondo con los avisos ponían su respectivo porro y después música por ratos. Aunque uno viviera en Montería se imaginaba allá en el monte, sentado en un horcón en el kiosco, tomando café a las 4 de la tarde, escuchando todas las novedades, esperando el UAZ que traía el encargo del pariente, la camisa para el quinceañero o las baterías grandes para el foco de mano, echar un ojo para adentro del carro y ver quien conocido iba ahí, imaginar ese polvorín amarillo que levantaba el campero cuando pasaba frente a la finca de los abuelos. Los de la vieja generación sabemos cositas que los muchachos de ahora lastimosamente no vivieron, pero bueno, ahí se las vamos dejando como herencia inmaterial de nuestro terruño.

* Docente de humanidades y lengua castellana, egresado de la Universidad de Córdoba, especialista en procesos de lectura y escritura DE La Universidad de Buenos Aires. Editor y productor de guías de estudio para estudiantes de instituciones educativas de Medellín.

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