Por: Ricardo Nicolás Madera Simanca
Hace poco, hablaba con unos amigos. Uno de ellos, me confesó que se sentía un poco frustrado consigo mismo por la forma en que la vida lo estaba tratando y hacía énfasis en las relaciones que poco o nada le estaban aportando y que, además, estaban drenando su energía física y psicológica.
Sin ser psicólogo, y no pretendiendo serlo con estas líneas, le expresé mi apoyo y le precisé que a veces, en nuestro trasegar por este mundo, depositamos la confianza y los sentimientos en personas que no los valoran. Y sin meterle mucho coaching motivacional, mis respetos para ellos, apelé a los conocimientos de la llamada ‘universidad de la vida’, y con mucha paciencia y comprensión le hice un llamado a considerar algunos aspectos abstractos de la existencia humana.
Fue entonces cuando le dije que, en la travesía de la vida, nos encontramos confrontados con pruebas que desafían nuestra identidad y nuestros principios. En este juego de luces y sombras, ser calumniado es una afrenta dolorosa, y que por muy dolidos que estemos, no podemos caer en el juego de difamar a otro, pues ello es una transgresión aún mayor, una manifestación de maldad y falta de ética y pasamos de víctimas a victimarios.
Luego agregué que en un mundo donde la falsedad y la toxicidad campan a sus anchas, apartarse de chismes y relaciones superficiales se convierte en una bendición. Rodearnos de personas genuinas y auténticas nos nutre y fortalece, mientras que la compañía de individuos tóxicos solo engendra angustia y conflictos.
Fui enfático en decirle que reconocer y valorar a aquellos que nos brindan su apoyo incondicional es esencial y que esas personas, que nos escuchan, cuidan y hacen sentir especiales, son tesoros invaluables en nuestro camino. Agradecerles y cultivar relaciones auténticas fortalece los lazos humanos y enriquece nuestras vidas.
Por ello es esencial, amigo lector, que la liberación personal la encuentres en despojarte de la necesidad de validación externa y que te enfoques en tu crecimiento interior. Vivir sin alardes ni egocentrismo te permitirá transitar una existencia más plena y serena.
Otro consejo que me atreví a dar fue que debemos reconocer nuestras fallas y asumir responsabilidad por ellas, eso nos conduce al crecimiento personal. Aprender de nuestros errores, disculparnos y enmendarlos nos humaniza y nos hace más íntegros como individuos.
Y como siempre, nunca puede faltar el amor por muy mal que nos haya ido con otras personas. Buscar amores que nos nutran y correspondan a nuestras necesidades es un acto de autenticidad y valentía. Aceptar relaciones vacías o perjudiciales solo nos sumerge en la frustración y el sufrimiento.
También le hice hincapié en que, si bien no podemos cambiar el pasado, tenemos el poder de forjar un nuevo camino hacia el futuro. El presente y el porvenir están moldeados por nuestras elecciones y acciones, recordándonos que siempre podemos reescribir nuestra historia.
La perseverancia y la determinación nos conducen hacia la victoria. Aquellos que persisten, incluso en las circunstancias más difíciles, son los que triunfan en última instancia.
En síntesis, la auténtica felicidad reside en la serenidad del corazón y la paz mental. Al vivir en armonía, valorando relaciones genuinas, aprendiendo de nuestros errores y abrazando la esperanza, encontramos la plenitud en nuestra jornada vital.