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Opinión

Museos y teatros: ¿elefantes blancos o baluartes de cultura?

Por: Mario Sánchez Arteaga

Desde noviembre de 2019 se inauguró en la ciudad de Montería, el Centro Cultural Guillermo Valencia Salgado, en honor al “Compae Goyo”, personaje que con éxito interpretó a través de la tradición oral el rescate de las costumbres y esencia del hombre sinuano.

La obra artística del Goyo fue prolífica, interactuando en la música, la literatura, la investigación cultural e histórica, la escultura, el teatro y la cuentería.  Más que merecido que dicha infraestructura ubicada en el centro de la capital cordobesa, dejándose apreciar desde la plaza María Varilla y enfrente del caudaloso Río Sinú, fuese en honor a tan grandioso personaje de la cultura. 

Valencia Salgado es un ícono del folclor de la costa norte colombiana, su formación de abogado no lo apartó del universo de las artes, siempre buscó desde la universidad relacionarse con personalidades que lo indujeron a profundizar en los estudios literarios y de cultura general, influenciado por Tolstoi a describir su aldea y no dejar de nutrirse de conceptos universales como buen discípulo de Faulkner. Un hombre que escuchaba en su rancho de palma música clásica, jazz, y terminaba embelesado con el porro y la cumbia. 

Los centros culturales son recintos para desarrollar actividades de encuentro y articulación de procesos culturales y artísticos, donde se congregue a la sociedad de la localidad, en la divulgación de manifestaciones artísticas en diferentes saberes. Aquí entran festivales, espectáculos, exposiciones, entre otros que van desde lo académico, la formación de la identidad de los pueblos, la diversión y ante todo fundamentales para la conservación del patrimonio cultural. 

Si bien es cierto la buena intención de las 2 administraciones municipales de Montería, donde se gestó la construcción del inmueble en honor al Goyo Valencia, han pasado 5 años donde quedó el nombre, las paredes, pero no hay alma, espíritu y cuerpo del aparato cultural. Es decir, no se evidencia vida cultural permanente, a excepción de los emprendedores y artesanos ubicados en el primer piso. 

Que no suceda como el complejo cultural de San Pelayo para el Festival del Porro, el cual le quedó grande al pueblo y no saben qué hacer con él. Funcionan algunas oficinas de la alcaldía y no hay eventos académicos para los pelayeros y poblaciones cercanas el resto del año, pudiendo convertir el lugar en escuela de arte con el auditorio y salones que tiene y no esperar cada festival para darle utilidad mientras la yerba se consume el cemento. 

En buena hora, la Alcaldía de Montería acaba de anunciar que en el plan de desarrollo están contemplados la construcción de un Museo y un Teatro para la ciudad.

Justo y necesario para la demanda y crecimiento cultural que ha erupcionado en los últimos años.

Pero preocupa lo mismo que ha pasado con el Centro Cultural Guillermo Valencia Salgado, donde actualmente hay reuniones, capacitaciones de cualquier área menos de cultura. Aún peor, no hay nada para mostrar de quien en honor lleva su nombre, no hay un mini museo donde se expongan fotografías, escritos, videos y objetos del maestro Guillermo Valencia. Las esculturas del Goyo están rodando por casas de sus amigos y familiares, cuando es en el centro cultural que lleva su nombre donde deben reposar y darlas a conocer a la sociedad. Con esos elementos materiales y agregando los inmateriales como conversatorios de su obra, adaptaciones teatrales y musicales, seguramente se convertiría en destino turístico cultural. 

Recientemente escuché decir al maestro Eduardo Valencia Varilla, hijo del Compae Goyo y también músico de profesión, que había pasado por el Centro Cultural y se puso a observar los emprendedores ubicados en el lugar. Conversó con 2 de ellos y ninguno sabía quién era Guillermo Valencia Salgado. 

Hay una iniciativa que considero estupenda, liderada por la actual administración municipal, que es lograr la declaratoria en el 2027 del año de Guillermo Valencia Salgado “Compae Goyo” en el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, teniendo en cuenta que en ese año se conmemora el centenario del natalicio del maestro Valencia. 

Esta iniciativa para consolidarse debe tener unos rigurosos requisitos, y es oportuno para darle vida, alma, espíritu y cuerpo cultural al recinto que lleva su nombre.

Hay que traer a los estudiantes de 10 y 11 de los colegios y llegar a las universidades con eventos, performaces, músicas, conversatorios, donde de forma interactiva sepan quién fue el Goyo. A ver si comenzamos a valorar lo que plasmó en una de sus célebres frases “He destripado terrones, vadeado ríos, soportado lluvias y soles caliginosos en mi afán de alcanzar los caminos de mi tierra y estudiar a fondo su folclor con el único propósito de explicárselo a mi gente, a mi país”.

Volviendo al tema del Museo y Teatro, inmerso en el plan de desarrollo, tener en cuenta los errores del pasado, no dejar la infraestructura sola, que los estudios previos también contemplen una hoja de ruta para que la obra física no se convierta en un chicharron, sino más bien en un lomito de res ya sazonado, listo para asar. 

Indagando en otros centros culturales de Colombia y el exterior logré enumerar algunos aspectos que han tenido en cuenta para darle vida permanente como exposiciones interactivas, proyectos educativos, trabajo mancomunado con artistas locales, universidades y centros educativos. Accesibilidad a todo público, fundamental el trabajo con la tecnología y multimedias, innovar y autoevaluarse constantemente. Buscar la asesoría desde las Secretarias de Cultura y acompañamiento del Ministerio de Cultura. 

La financiación de estos Centros Culturales es otro dolor de cabeza cuando no se hacen los estudios pertinentes completos a futuro, veo con mucho cuidado centros similares en Cali, Bogotá, Medellín y Barranquilla, que con la experiencia han dependido de aportes de presupuestos públicos (Alcaldías o Gobernaciones), recursos obtenidos de convocatorias públicas, donaciones, auspicios, ventas de entradas en eventos especiales, venta de productos culturales y alianzas estratégicas con el sector empresarial.

Todo esto conlleva a tener varias fuentes para lograr la sostenibilidad de los centros culturales a largo plazo.

Cuando yo tenía ocho años de edad, mis padres me regalaron un libro de poesía. Ejemplar que tejió un trenzado para siempre entre la cultura y mi persona. El libro se titulaba “Tizones en Tierra” de Guillermo Valencia Salgado. 

Buen viento, buena mar

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