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Opinión

Centralismo y exclusión, el efecto de la dependencia.

Por: Francisco Martínez Ferreira

Transcurridos más de 200 años de vida republicana, el país parece haberse estancado en una sin razón y exagerada manipulación de los recursos desde el centro del país. Mientras los territorios se ahogan en medio de sus precariedades, en Bogotá, gente que usa corbatas elegantes y se pone mocasines, define el destino de la Colombia profunda.

Un destino triste e incierto, un destino que socava la dignidad y destruye el tejido social, un destino que empobrece, que cercena oportunidades, que limita posibilidades de progreso y desequilibra la balanza económica en los territorios.

La Constitución Política, advierte en forma taxativa, en su artículo primero:

  • Colombia es un Estado social de derecho.
  • Está organizado como una República unitaria, descentralizada.
  • Tiene autonomía en sus entidades territoriales.
  • Es democrática, participativa y pluralista.
  • Se basa en el respeto a la dignidad humana.
  • Se basa en el trabajo y la solidaridad de las personas.
  • Se basa en la prevalencia del interés general.

La descentralización territorial permite la configuración de los niveles del Estado, el nacional y el territorial. 

Autonomía Regional

Las entidades territoriales tienen autonomía para gestionar sus intereses dentro de los límites de la Constitución y la ley. Esto les permite gobernarse por autoridades propias. 

Sin embargo, por muchas razones, que van desde mezquinos intereses de una clase política decadente, hasta maniobras en las altas esferas que promueven la supremacía de algunas zonas del país, para adueñarse de una mayor tajada del pastel presupuestal, han frenado los intentos de avanzar hacia la autonomía real de las regiones, condenándolas a una pobreza infame y al aplazamiento indefinido de sus aspiraciones de avanzar en todos los campos sociales.

Esta actitud, arraigada en la soberbia de los que se definen “tecnócratas”, pero que en realidad son serviles de quienes agencian el desprecio hacia la nación que habita en los cuatro puntos cardinales, ha sido, en buena medida, la causa de muchos males que hoy enfrentamos, entre ellos, la violencia creciente e interminable, el surgimiento, cada día más salido de madre de estructuras delincuenciales, la baja cobertura de servicios públicos, el deprimente acceso a educación de calidad, la nula presencia en algunas zonas de la formación universitaria y técnica y la falta de servicios médicos asistenciales adecuados.

Esto por señalar solo unos ejemplos. La lista podría ser interminable.

Algunos dirán: ¿Pero y dónde dejas la corrupción? Es cierto, hay demasiada corrupción, pero esa, la hay en todas partes y es un capítulo del que nos ocuparemos más adelante.

Ahora que se acerca un nuevo debate electoral, (aunque de debate se observa poco), sería bueno escuchar lo que piensan candidatos y candidatas al Congreso y a la Presidencia de la República sobre la autonomía y la descentralización en los territorios.

No habrá paz mientras exista tamaña desigualdad entre el centro y las regiones.

No habrá paz, mientras en Bogotá se sigan definiendo las prioridades de la gente que vive en las zonas apartadas de Colombia. No podrá haber paz, mientras el campesino no tenga vías adecuadas para sacar sus productos a los centros de acopio, mientras no tenga oportunidades de estudio y superación. Ninguna política, trazada y ejecutada desde las frías oficinas bogotanas tendrá éxito, porque desde su concepción, hasta su realización estará contaminada por los muchos actores que participan, alterando los tiempos, los costos y poniendo en riesgo su culminación y efectividad.

Muestra de ello, los miles de proyectos siniestrados que dan cuenta de un centralismo tan aterrador como fallido.

Colombia son sus regiones. Es en los pueblos y ciudades que se extienden a lo largo y ancho del país donde palpita la verdadera patria, donde se forja el futuro y se construye día a día la posibilidad de una Colombia mejor para todos.

No hay que temerle a la autonomía, hay que soltar las amarras para que fluya el progreso y la transformación que anhelan y merecen los pueblos que por centurias han resistido los latigazos de la indiferencia y el olvido de un centralismo criminal y miserable.

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