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La deserción escolar, un problema social que crece exponencialmente

Por Sixto Canabal Flórez *

La educación es la base de toda sociedad. Es más, los gobiernos de los países desarrollados como Europa, Norteamérica y parte de Asia promueven en sus programas de administraciones públicas, modelos educativos que son vanguardia en la innovación, tecnología, invención y desarrollo de las habilidades cognitivas de sus jóvenes y niños, apuntando claramente a la mejora de la sociedad desde el conocimiento.

La educación es el alma de la sociedad, sin ella estaría perdida. Sin embargo, el panorama en los países tercermundistas es desolador, en Latinoamérica, según la REVISTA IBEROAMERICANA DE EDUCACIÓN, el 37% de los adolescentes latinoamericanos entre los 15 y 19 años de edad, abandonan la escuela a lo largo del ciclo escolar, incluso antes de terminar el ciclo de primaria.

Estos números responden a varios factores sociales y políticos que entorpecen el proceso académico de los estudiantes, y que sumergen a la sociedad en una especie de letargo intelectual perpetuo que termina por absorbernos y nos empuja al abismo de la mediocridad. Pero ¿por qué cada vez más jóvenes no le encuentran sentido a la educación y deciden retirarse? Podríamos analizar varias aristas que se desprenden de este interrogante.

Centrémonos en tres. Por un lado, la falta de incentivos que encuentran los jóvenes (sobre todo los de escasos recursos) al terminar su ciclo académico. Como vivimos en una sociedad en la que -en palabras de García Márquez- la realidad supera la ficción-, es muy normal que un joven prefiera dejar su escuela y ponerse a trabajar, para así generar ingresos para él y su familia. Aunque en la mayoría de los casos desempeña oficios en trabajos informales, termina por renunciar a su derecho a la educación y adaptándose a su nueva realidad.

Del mismo modo, los que visionan una vida académica, en algunos casos también se encuentran con un muro insuperable. Los jóvenes que alcanzan a ingresar a una educación superior, terminan por aburrirse debido a la escasez de oportunidades laborales que ofrece el mercado.

En segundo lugar, la influencia que las redes sociales tienen sobre la población joven. Influencers y youtubers, modelos y cantantes, futbolistas y creadores de contenido inoficioso venden esa falsa ilusión de generar ingresos exorbitados sin el más mínimo esfuerzo intelectual, la burbuja en la que viven, desconectados de la realidad en sus suntuosas mansiones, dan la impresión errónea de que el éxito está a la vuelta de la esquina. Esa ilusión romántica de ser ricos y famosos de la noche a la mañana mantiene a los estudiantes expectantes de que su momento va a llegar tarde o temprano.

La poca cultura academicista e intelectual que se maneja en los planteles educativos actuales, tampoco es que ayude mucho. Vivimos en una generación que está saturada de información, desafortunadamente no aprovechan estas herramientas tecnológicas para la investigación y la ciencia.

Por último, la pérdida de valores desde el hogar. Infortunadamente muchos niños y jóvenes de escasos recursos viven en condiciones inhumanas, en hogares disfuncionales que poco pueden contribuir a desarrollar un ambiente propicio para que se desarrolle el conocimiento. Estudiantes que van a la escuela sin desayuno ni merienda por la falta de recursos en casa; un estómago rumiando de hambre no ayuda a la aprehensión del conocimiento. Niños que llegaron a la escuela después de haber presenciado una trifulca entre sus padres no es posible que se sienta emocionalmente bien, en muchos casos encuentran la escuela como la válvula de escape a sus problemas, pero un joven recargado con este tipo de situaciones no podrá pensar en una trayectoria académica, sino por el contrario, cuando la válvula se tapone, entonces la presión será incontrolable.

Lastimosamente esta es la realidad de nuestra América Latina, la realidad de Colombia, donde no hay que pedirle mucho a la imaginación, porque ya la realidad te ha atropellado desde siempre. En suma, el número de desertores en las escuelas es un índice que va en aumento, y que agravó la pandemia, pero desde la década de los 2000 sigue su línea ascendente en los países del cono sur. Ya es hora de que nuestros gobiernos traten de frenar este fenómeno, con políticas directas y eficaces que contribuyan al mejoramiento de la calidad de vida y educativa de nuestras sociedades vulnerables, al mejoramiento del sistema educativo y la generación de oportunidades concretas para que nuestros jóvenes, que son el futuro del país, logren forjar el mañana que se merecen.

*Licenciado en lengua castellana y español y literatura, amante de las letras y la escritura. Actualmente labora como docente de lectura crítica.

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