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Repensando el Sistema de Salud del Magisterio: ¡Todos somos pacientes o lo seremos!

Por: Ricardo Nicolás Madera Simanca 

Hoy, en un mundo donde consumimos extremadamente rápido grandes megabytes de información, que van desde desafíos absurdos que cuestionan nuestra sensatez como seres humanos, hasta noticias falsas que se propagan rápidamente, recuerdo esa idea absurda de que las piñas podían transmitir Sida. En fin, no debemos olvidar la importancia de escudriñar y seleccionar cuidadosamente para navegar por los terabytes de información que verdaderamente aportan valor.

Dicho lo anterior, quiero invitarte, después haberme ausentado de este espacio tal como lo hacíamos habitualmente, a reflexionar sobre temas cruciales. La primera es clara y directa, bien lo decía en el párrafo anterior: cuida lo que consumes, replicas o generas, ya sea en términos de alimentos o de información. Este principio se aplica tanto para la salud física como para la mental.

Será importante entender y reconocer que, a continuación, mi intención es ofrecer una crítica constructiva y reitero un acto de reflexión de una problemática que debe unirnos como sociedad, sin caer en rasgarnos las vestiduras por posturas extremadamente ideológicas o fanáticas, independientemente de la posición que tengas.

Suficiente introducción, vamos al punto. Las recientes discusiones sobre el sistema de salud del Magisterio, deben mantenernos en foco en una preocupación común, la salud no debe ser un negocio; es un derecho universal que debemos garantizar para todos y todas. Para ello quiero hacer referencia a fuentes que han estado inmersas en el sistema durante años, los y las ‘profes’, sus familias, los usuarios del sistema quienes revelan una realidad preocupante: el sistema de salud del Magisterio no ha sido un bastión de protección para la salud de los maestros, maestras y sus familias, y esta problemática no es nueva.

Es esencial reconocer que el subsistema de salud del Magisterio, concebido para ofrecer un nivel superior de atención, como el de la Fuerza Pública, ha fracasado en su cometido. Lo que debería haber sido un modelo ejemplar, atraviesa una falla multisistémica que lo pone en cuidados intensivos. Las deficiencias son evidentes: van desde cobertura incompleta de servicios básicos como medicamentos, exámenes y atención médica, hasta talanqueras y barreras en el acceso a este derecho. Lo cual dista del objeto de las luchas históricas de los maestros y sus agremiaciones sindicales, por lo que este se ha convertido en una versión deficiente e incluso peor que la de las EPS.

La reciente modificación del sistema plantea interrogantes importantes. ¿Se realizará este cambio en aras de garantizar los derechos humanos y el derecho a la salud de los maestros? Es crucial que las decisiones se tomen con una perspectiva humanista, no meramente financiera.

Por estos días escuchaba el pronunciamiento de un compañero y amigo, Leonardo Huerta quien como yo fue Secretario de Educación Municipal, y lleva varios años como Defensor delegado para la Salud y la Seguridad Social, donde viene liderando importantes luchas, él apuntaba “Resulta lamentable que una fiduciaria, ajena al ámbito de la salud, sea la encargada de gestionar la salud de los maestros. Este enfoque puramente financiero choca con la naturaleza intrínseca del derecho a la salud como un derecho inalienable, no sujeto a negociaciones monetarias”.

En este contexto, es imperativo que se establezcan canales efectivos para abordar las quejas y resolver las deficiencias del sistema. La colaboración entre entidades, incluida la Defensoría del Pueblo, puede ser clave para asegurar que las preocupaciones de los maestros se aborden de manera adecuada y oportuna.

Todos somos pacientes al final del día, y como tal, debemos velar por un sistema de salud que priorice la dignidad y el bienestar de cada individuo. Es hora de dejar de lado las consideraciones puramente financieras y enfocarnos en lo que realmente importa: garantizar que todos y todas tengan acceso a una atención médica de calidad, sin excepción.

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