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Amando al Nobel y odiando a Gabo

En  marzo de 1981, Gabriel Garcia Márquez, con Mercedes Barcha, su esposa, fallecida hace apenas pocos días apenas el 15 de agosto del año en curso y ante la inminencia de una detención por parte del Ejercito Colombiano, que sospechaba que tenía vínculos con el M-19, en el gobierno de Julio Cesar Turbay en compañía  varios  intelectuales de aquella época fueron detenidos y atropellados, entre ellos Luis Vidales, la Pianista Teresita Gomez y la escultora Feliza Bursztyn. Y que para ponerlo en contexto de esta generación: fueron ‘perfilados’.

Así como muchos colombianos nuestro más grande ilustre Gabriel García Márquez, por claras razones de perfilamiento, le tocó abandonar el realismo mágico, ese del que tanto alardeó en sus obras literarias. La tolerancia y democracia que tanto pregonan los gobiernos de turno en una búsqueda utópica de la paz, era burlada y abofeteada en el mero hecho de exponer ideas diferentes a la de los que tienen la más responsable de las labores: dirigir los destinos de un país.

Pero, el tiempo fue pasando y este hombre no se dejó vencer de la insensatez del presidente de aquella época, cuyo coeficiente intelectual solo le dio para amedrantar con sus fuerzas armadas a un soñador que sería recordado por dibujar la belleza de la patria.

Las letras lo hicieron fuerte, en sus relatos nunca describió nada distinto a lo que lo rodeaba, muy a pesar de las tristes realidades que las noticias contaban de Colombia, dibujó con letras los pueblos del Caribe colombiano en donde se sentía cómodo e identificado, como lo expresó días antes de morir.

Su vida no fue fácil. Haber tenido que vivir en varias ciudades del país, no producto de las ganas de conocer el mismo si no de su condición económica, le dieron la oportunidad de tener una visión clara y precisa de lo que era la nación entera.

Que la vida es un karma, dicen por allí, eso pensaría Turbay al escuchar las noticias de aquel jueves 21 de octubre de 1982, un día para la posteridad, una fecha de las que sí dieron muchas ganas de sacar la cédula. 18 jurados habían escogido al colombiano, y aunque les pesara a quienes celebraron su exilio, Gabo era elegido como Premio Nobel en Literatura.

Sí, ese mismo al que se le persiguió, que fue injuriado, acusado y perfilado por cuenta de contar, en algún periódico local, lo que  le parecía injusto en materia de política social.

Ese mismo periodista incomodo conseguía lo que hasta ese momento no se había logrado en la historia de Colombia, un premio Nobel.

No había sido logrado con negociaciones en una mesa acordando todo menos lo que aún genera la guerra: las políticas sociales.

Impensable para muchos incluyendo a Julio César Turbay, pero, grandioso para el país que, en los últimos 12 años, se ha destacado por la censura, la corrupción, los malos manejos, la muerte de líderes sociales y sindicalistas, etc.

De hecho, nada ha cambiado aún  para la muerte de Gabo expresaron grandes pensadores, escritores, gente del arte, que no era Colombia la que estaba de luto, era el mundo.

Gabo aquel hombre de guayaberas logró enamorar describiendo el país que amaba, incluso muchos más que quiénes lo expresan a voz en pecho.

Los perfilamientos, hasta último momento no lo dejaron tranquilo, con una fotografía suya junto a la del líder cubano Fidel Castro, abiertamente socialista, una senadora, cuyo nombre no diré justamente por razones de perfilamiento, pero, que de cabal no tiene nada, expresó sin el más mínimo reato y como si hubieran dos Dioses, uno de izquierda y otro de derecha: “pronto estarán juntos en el infierno”.

Y como si por cuenta, no de las fotos,  si no de la amistad se pudiera condenar en Colombia, es una práctica común endilgarnos conductas impropias por cuenta de todo lo que comentamos y le damos un simple like.

Pero, ¿merecería un cadáver inerte y sin peligro de hablar o escribir  y más el de un colombiano ilustre ser tratado de tal manera?, ¿tanta expresión de odio y desprecio? Particularmente considero que frente a un féretro llegan hasta allí todas las diferencias de cualquier índole.

Claro, eso dependerá, en gran medida, en el hogar donde te hayas levantado. Algunas personas con esas características como la que expresó esas líneas se han acostumbrado a montarse solo en buses de victorias y al uso de personajes de la vida pública para sacar réditos publicitarios y políticos.

Cantantes, futbolistas, músicos, actores y un sin número de personalidades que, en verdad, han dejado el nombre de nuestra patria en alto han sido manoseados al momento de sus glorias o triunfos, luego desechados y anotados en una lista previa revisión de todas sus redes sociales.

No solo los gobiernos te perfilan, lo hacen las empresas, grupos religiosos, familiares y amigos solo que estos dos últimos no tienen ningún problema en aceptarte como eres.

Hay que tener en cuenta que la gente te quiere y te odia por la misma razón: por ser como eres y eso pasó con nuestro Nobel, amaron ese galardón llamado Nobel y odiaron sin piedad a quien contaba las historias llenas de injusticias y calificaba al gobierno de autoritario y despótico, Gabo, que desde el cielo pida a Dios que  siga bendiciendo nuestro realismo mágico, que interceda por nosotros vivos y luego muertos, estas cosas pasan aquí en el Macondo que él describió.

“Los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía, donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.” (Discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Estocolmo, 1982).


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